Ojalá la escultura de Rita Longa recupere su cántico con la inmediatez requerida y despeje el sopor que impide actuar con dinamismo y creatividad para devolverle el brillo a las calles (tal vez debiera decir eliminar la suciedad que distingue la urbe); hallar soluciones que minimicen las concentraciones de personas, e implementar los servicios de mensajerías para bodegas y farmacias, sin que alguien, arbitrariamente y en contra de las decisiones populares, ponga trabas para que los alimentos y medicamentos lleguen de forma más segura a los hogares.
El quiquiriquí tiene que dar el de pie a este pueblo, que parece sumergido, hace años, en un sueño angustioso, a juzgar por la imagen mustia de sus arterias y su gente, por la peligrosa pérdida de la comunicación entre quienes deciden y los que ejecutan, carencia esta última que, al decir de Tapia Fonseca, se resuelve con “salir detrás del buró, menos reuniones y más intercambios con el pueblo; desmontarse del carro para dialogar y conocer las inquietudes, con el objetivo de solucionarlas”.
El gallo tiene que volver a cantar para despertar a los responsables de escuchar la vox populi, controlar, chequear, comprobar y ofrecer al pueblo explicaciones tan sencillas, elementales y necesarias como las relacionadas con la mala calidad del yogurt de soya y el helado del Coopelia, cuyas producciones se han visto afectadas por dificultades tecnológicas y la carencia de materias primas, sin embargo, los consumidores lo desconocen y se sienten estafados con precios que “deberán disminuir mientras perdure esa situación”, según indicó el viceministro primero en una visita imprevista, de alrededor de 10 minutos, a la Unidad Empresarial de Base Combinado Lácteo Morón.
Urge que el cántico tradicional retumbe en la ciudad, con una energía capaz de deshacer trabas, desterrar el burocratismo, mantener lo logrado a golpe de sacrificio y estimular la comprensión sobre la calidad de los servicios para que el pueblo no encuentre problemas mientras busca la satisfacción de sus necesidades. El Gallo aún no canta, pero quiere.
Algunos ya sintieron el quiquiriquí que los hizo reanimarse del sueño que comprometió la salud del pueblo, como consecuencia de problemas organizativos, más que de recursos, en una institución hospitalaria que atiende a pacientes sospechosos y confirmados con la pandemia de COVID-19.
Hoy el panorama es distinto en el hospital y se habla, también, de la recuperación de mobiliario clínico, la existencia de suficientes medios de protección, la disponibilidad y calidad de alimentos para un mejor servicio a los ingresados, y el progresivo restablecimiento del orden en el sentido más amplio.
Allí, en el Roberto Rodríguez, los trabajadores se sienten más comprometidos y es plausible la ausencia del Jefe del Departamento de Electromedicina en una reunión porque “aprovechó la calma por la disponibilidad de oxígeno para dar una vuelta a la familia, que hace días no va a su casa”, explicó la Doctora Niury Martín Pérez, vicedirectora de Asistencia Médica.
El tradicional cántico del Gallo deberá estimular la conciencia en el significativo número de médicos y enfermeras sin incorporarse al enfrentamiento a la pandemia, situación que exige la permanencia de brigadas médicas cubanas procedentes de varias provincias y del exterior, lo cual constituye una preocupación para Tapia Fonseca “porque ellos no se van a quedar para siempre, algunos no han tenido ni vacaciones”, estado que comparte el Doctor Reinol García Moreira, jefe de la Misión Médica Cubana en Venezuela y actual coordinador de las acciones de la Dirección Provincial de Salud en Ciego de Ávila, por designación del Ministerio de Salud Pública.
Tampoco es posible despojarse de la incertidumbre que genera el control de los medicamentos ante los problemas detectados por las recientes acciones de control, por los cuales “hay gente que tiene que responder”, recalcó Tapia Fonseca en un llamado a sancionar violaciones que deslucieron la imagen de la salud pública y tuvieron impacto en la calidad de los servicios.
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