No soy de lo que intentan tapar el sol con un dedo o viven a espaldas de la realidad, sin embargo, me resisto a sumarme al equipo de quienes hacen leña del árbol caído y reducen sus acciones a promover la crítica desmesurada, en espacios inapropiados, alimentando ―de manera consciente o involuntaria― un fuego que no se origina aquí e insiste en quemar y asfixiar.
No se trata de limitar la libertad de expresión, reconocida como derecho constitucional, sino de evaluar la justeza, el alcance y la pertinencia de opiniones, quejas o denuncias en espacios “libres” como las redes sociales, en momentos de irritación ante lo mal hecho, incluida la inadecuada atención a las demandas realizadas por los calificados como “canales pertinentes”.
Sin embargo, verter las insatisfacciones en plataformas como Facebook, no rebasa en la mayoría de los casos la aprobación, el apoyo sentimental o el rechazo de algunos amigos. Tampoco disminuyen el dolor, la indignación ni el desasosiego ante determinados incidentes. En tanto, no faltarán quienes empleen sus preocupaciones para fomentar campañas de descrédito contra Cuba.
Las agresiones mediáticas de los últimos meses aluden al aprovechamiento de opiniones expresas en Internet para presentar un presunto clima de inestabilidad e incitar a la desobediencia y desorden público, a partir de añejas fórmulas como la generalización de criterios negativos al adjudicarles la opinión pública, sin contextualizar hechos ni circunstancias, obviando la persistencia y el recrudecimiento del bloqueo estadounidense como causas fundamentales de la crisis.
Así, sin saberlo, nos incluyen en el “juego”, sin previa solicitud de participación, y comenzamos a formar parte de una maquinaria de manipulaciones mediáticas, encaminada a identificar el interés público con el de una minoría (dentro y fuera de Cuba), recurrida estrategia de los enemigos que nos obliga, de manera constante, a desmentir falsas noticias.
En este escenario resulta apropiado, además, recordar aquella locución latina que señala “Vox populi, vox Dei” (“Voz del pueblo, voz de Dios”), en un sabio llamado a no desestimar el empleo de esos espacios para medir la temperatura de la sociedad y lograr un mejor aprovechamiento de los canales establecidos para la comunicación perenne y oportuna con la ciudadanía.
Ante el acelerado crecimiento y empleo de las tecnologías de la información y las comunicaciones, el Estado cubano ha reconocido la pertinencia de optimizar la utilización del ciberespacio para sus gestiones, así lo confirman mecanismos para desarrollar el gobierno electrónico, como los portales del ciudadano. Se expresa de esta manera la voluntad de impulsar el diálogo entre los dirigentes y el pueblo, y se consolida la comunicación como pilar fundamental en la gestión de gobierno.
Estas plataformas ofrecen posibilidades para el acercamiento a nuestros dirigentes. En ellas la “voz” de la ciudadanía deberá ser escuchada y analizada con espíritu crítico y transformador, con el ánimo de ayudar y la obligación de ofrecer soluciones.
El perfeccionamiento de los sistemas de atención a la población, aún incomprendido en toda su dimensión por cuadros y dirigentes intermedios, constituye otra vía para canalizar las inquietudes populares. En este caso, se requiere mayor responsabilidad y sensibilidad de los implicados, y lograr oportunidad en la respuesta a demandas populares, a fin de evitar inconformidades con el trato, y la pérdida de credibilidad y confianza.
“Nada es casual, sino causal”, como sentencia un viejo amigo. Las reiteradas visitas gubernamentales a los territorios para palpar la realidad e intercambiar con la población, las acostumbradas comparecencias en los medios de comunicación del Primer Secretario del Comité Central del Partido y Presidente de la República de Cuba, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, y otros representantes del Gobierno; confirman la voluntad de mantener el intercambio con el pueblo, atender sus inquietudes y darles respuesta.
En tiempos tan convulsos para la humanidad, la comunicación y, como parte esta, el empleo de las TICs, continúa siendo un arma, empleada indistintamente para hacer bien o mal, informar o desinformar, sumar o restar intereses o interesados a una causa, actuar con justicia o crueldad, simular falsas libertades y disfrazar la opinión pública.
Este escenario requiere despojarse de toda ingenuidad e incrementar la cultura sobre el empleo de las redes sociales. Es necesario actuar de manera racional (sin dejarse llevar por impulsos) y revisar cuándo, cómo y dónde se plasman los problemas, para tener la certeza de que serán atendidos y solucionados, sin el temor de que puedan convertirse en combustible para avivar un fuego, cuyas llamas queman y el humo intenta asfixiar.