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    Ciego de Ávila: Esencias

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    Ciego de Ávila: Esencias

    Ante mi urgencia, Ilexi, no se conformó con facilitar la insulina y también buscó la manera de hacerla llegar desde Ciego de Ávila hasta Morón. Aunque no las solicité, se lamentó por olvidar mandarme jeringuillas: “dime si no tienes que mi prima viene en estos días, y tengo glibenclamida por si necesitas. No tengas pena”, expresa con una gentileza y dulzura que se revelan a través del Messenger.

     

    No la conozco, como tampoco a la mayoría de las personas que, con prontitud y amabilidad respondieron a un “grito de desesperación” en  mi perfil de Facebook, ante la premura de conseguir insulina simple para mi madre, quien es diabética insulinodependiente y carecía de ese fármaco por  la escasez en la red de farmacias.

    En menos de dos horas mi preocupación se diluyó entre mensajes de conocidos y desconocidos que podían donar el medicamento. En mi chat apareció Olga Lidia, residente en La Habana, quien se las ingenió para mandarme unos bulbos; mientras, Maidelyn ofreció otro y envió una foto para asegurarse de que era el correcto.

    Sulema, de Majagua, también halló solución para acortar la distancia y hacer llegar la medicina; vuelve a comunicarse conmigo Yaquelín, una antigua compañera de trabajo, y se suma a la ayuda; mis amigas Idalmis, Ivis y Zisy me dicen que no me preocupe porque tienen para compartir; y escriben también Lourdes y Elaine, esta última en nombre del grupo de ayuda El corazón de Morón.

     

    Ciego de Ávila: Esencias

     

    Osiel no tiene insulina pero ofrece jeringuillas y me cohíbo de aceptarlas porque “es injusto hacerlo cuando quizás otras personas las necesiten”, ante lo cual responde: “si te enteras de alguien que le hagan falta, me dices”.

    En una noche de guardia en la Unidad de Cuidados Intensivos del hospital de Ciego de Ávila, la doctora Lieday se ocupa en escribirme porque tiene un poco, “el bulbo no está lleno pero puede resolver”. Se agradece como si recibiera de ella un lote recién salido de las fábricas de BioCubaFarma. Del mismo modo, acojo con beneplácito el donativo de mi colega Marielvis.

    Hallo así la solución a un problema y la confirmación de que la solidaridad y el humanismo no están extinguidos en circunstancias en que la venta ilegal de medicamentos se ha convertido en práctica extendida al calor de carencias productivas y crecientes necesidades provocadas por una pandemia.

    Las redes están contaminadas con mensajes que promocionan medicinas a precios exorbitantes y “es triste ver como se abusa de la desesperación del prójimo”, al decir de Lieday. Sin embargo, no faltan, ni son minoría en el ciberespacio, quienes devuelven el aliento y dan muestras de altruismo al donar de manera desinteresada.

     “Por suerte la ‛tormenta’ no acabó con todo”, afirmó la facultativa, convencida de que la crueldad no se ha apropiado de todos y predominan quienes extienden su mano y consideran que “servir es menester”.

    Confirmo. Al día siguiente, después de un recorrido por la Ciudad del Gallo, me descubro con varios bulbos de insulina, incluso de los que menos necesitaba, ¡y hasta jeringuillas! Bastaron las gracias para premiar la buena voluntad.

    Reflexiono sobre mi realidad: vivo en Cuba, “el país de las carencias”, como prefieren llamarlo algunos que no valoran las mayores y auténticas riquezas de esta nación, la de su gente, que no tiene parangón, porque le falta mucho, pero no carece de lo esencial y distintivo.

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