Los extremos del odio

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Manos de batas blancas con banderitas cubanas

Receptores y emisores de todo, redes y sitios digitales consignan la más reciente expresión del odio visceral y de la envidia que, como huevo de águila, empolla la extrema derecha anticubana radicada en los Estados Unidos.

 

Hablo del proyecto de ley presentado por tres senadores republicanos (Marco Rubio, Ted Cruz y  Rick Scott), buscando nada más y nada menos que sanciones para las naciones que acepten ayuda médica de nuestro país.

Hay que estar loco —y ninguno de los tres lo está—, hay que ser muy bruto —y tampoco lo son— o no tener ni una pizca de vergüenza o de dignidad —eso sí— para enarbolar semejante barbaridad, sobre todo en un momento como este, en que cada vez más voces agradecidas, desde diversas partes del mundo, piden un Nobel de la Paz para los médicos cubanos que combaten directamente al nuevo coronavirus en más de 20  naciones, algunas de ellas incluso desarrolladas.

La absurda, prepotente y maquiavélica propuesta de esos tres individuos es el rostro exacto y furibundo del bloqueo económico, comercial y financiero contra Cuba, donde sea, como sea y contra quien sea.

Totalmente huérfanos de escrúpulo, los citados senadores pretenden vincular la humanitaria ayuda de Cuba a prácticas de trata de personas, buscan presentarse como defensores de los derechos del personal médico cubano, explotado según ellos por la dictadura que impera en la Isla, a la vez que dejan clara intención de cortar todo tipo de ingreso financiero al Gobierno también por esa vía.

A nadie sorprenda que tal ofensa e irracionalidad, republicana hoy tal vez demócrata mañana, halle oídos en medio de la sordera total que padece la actual administración de un imperio al que de nada le han valido su poderío económico, sus enormes recursos de todo tipo y el encumbrado prestigio de su ciencia, para al menos atajar la interminable sumatoria de contagios y de muertes, víctimas de la Covid-19.

Me refiero, por supuesto, al mismo país cuyo visceral racismo ha sumido a la nación en un volcán de huelgas y de revueltas populares, tras el frío asesinato (uno más) del afronorteamericano George Floyd, como resultado de la violencia consustancial a una policía que continúa creyéndose dueña del derecho a matar seres humanos, sobre todo a negros, incluso por la espalda, a reprimir y a disparar contra la población.

Nada eso, sin embargo, parece ser más importante que los médicos cubanos o que el “peligro” general de Cuba, para el señor Trump y para esa horda de extremistas que se han convertido en verdaderos expertos en el arte de adular a cuanto inquilino asuma la Casa Blanca, apretar cuellos al más alto nivel en un tornillo de banco y seguirle sacando a la política oscuras tajadas monetarias a la medida de verdaderos consorcios.

Más clara ni el agua: les fastidian los más de 60 años sembrando todo tipo de minas para volarnos en pedazos y aquí estamos, cada vez más sólidos e íntegros, de generación en generación.

Les mortifica que, con lo poco material a mano, estamos derrotando a la Covid y propinándole efectivos golpes en otras partes del planeta. Les molesta que cada año EE.UU tenga que pararse de su silla, en la ONU, con el peludo rabo de zorro entre las patas, ante votaciones casi unánimes contra el bloqueo.

Les jode ser cada vez más odiados y quedar constantemente en ridículo ante una comunidad internacional que admira la capacidad de resistencia por parte de un pequeño país frente a la bravuconería del gigante, a la postre y en el fondo cobarde.

Y, desde luego, tiene que amargarles aún más la bilis el simple y altruista hecho de que mientras ellos siguen armando guerras, provocando muertes, vendiendo armas por todo el mundo (¿verdad señor Pompeo? ¿Es o no, señor Bob Menéndez?), Cuba envía médicos a salvar vidas humanas. Por todo eso y por muchísimas razones más, no encuentran qué o a quién sancionar.

Nadie se asombre que redes, sitios y medios amanezcan un día con la noticia de que Estados Unidos aprueba sanciones contra San Pedro por estas benditas lluvias que nos está obsequiando, o contra la madre naturaleza (de la cual han abusado sin compasión desde sus capitalistas raíces) por el también simple hecho de proporcionarnos el oxígeno que respiramos.