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    Yo confío

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    Yo confío

    Es un hecho real que Cuba entera se fue a la cama este 10 de diciembre, amaneció el 11 y ha continuado con el tema de la reforma salarial y de precio entre los labios.

    Resulta lógico que así ocurra. No por anunciada, e incluso por esperada, la medida deja de tener un alto impacto en todos los sectores de la población. En quien trabaja, porque se pregunta si con los ingresos que devengará a partir de ahora podrá satisfacer las necesidades básicas. En quien no aporta ni un chícharo, porque desconoce, a ciencia cierta e incierta, si las canalitas visibles o subterráneas que le permitieron vivir sin trabajar hasta ahora podrán mantenerle igual status.

    Percibo, sí, expectativa, incertidumbre, duda en una buena cantidad de ciudadanos. Pero también advierto bastante claridad y confianza en otros: no pocos.

    Un asunto, determinante, estratégico a mi modo de ver, se sustenta en lo que la nación sea capaz de lograr por sí misma, internamente, en virtud de nuestros propios esfuerzos, sacando desde el máximo fruto que da la tierra hasta el zumo de la industria, algo que, en mí también muy personal opinión, tampoco ha estado ocurriendo como potencialmente se puede. Ojalá –y en eso coincido con mucha gente optimista- los cambios en que se adentra Cuba conlleven a que todos sintamos, además de motivaciones, la necesidad objetiva, casi obligada, de trabajar y de aportar.

    El Presidente cubano Miguel Díaz-Canel Bermúdez, el Primer Ministro Manuel Marrero Cruz, el Presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular Esteban Lazo Hernández, ministros y altos dirigentes políticos y gubernamentales han hecho hincapié en el imperativo de evitar que cualquiera se adjudique el violatorio derecho a estar elevando precios a su libre albedrío. También han dejada clara la indicción para enfrentar con rigor a quienes incurran en esa praxis con fines de lucro personal en detrimento de la población y de la economía nacional.

    Hágase pues. Si todos coincidimos en que eso es justo, necesario, estratégico, nada impide llevarlo a la práctica, porque, además, para ello no hay que comprar en el exterior la voluntad, ni las razones, ni los mecanismos de organización o de exigencia. Esos los tenemos aquí, de auténtica producción nacional.

    Miremos el mundo que nos rodea, pandemia incluida, más allá de nuestros límites marítimos, aéreos, y sigamos siendo honestos con nosotros mismos. Sentémonos con nuestros hijos, sobrinos, nietos, hablémosles con la razón de la verdad, con los argumentos que tampoco es preciso adquirir en ultramar e infundamos esa seguridad que nunca nos ha faltado como pueblo y que no es abstracta. Si lo hacemos, veremos que no hay por qué desesperarse, aunque billetes sucios y almas no precisamente limpias obren para eso y mucho más.

    Usted, que lee y conserva la capacidad de razonar de forma serena y madura, tiene todo el derecho a reaccionar del modo que desee o escoja. Yo, desde un prisma muy, pero muy personal, alimentado, eso sí, por la herencia de mis generaciones pasadas y antepasadas, sanguíneas unas, familiares todas, simplemente digo: Yo confío.

     
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