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    ¿Divorcio antes de la boda?

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    ¿Divorcio antes de la boda?

    La bioeléctrica parece ser dueña de cierto misticismo. Foto: Alejandro García

     

    Vista desde abajo, donde comienza a nacer, uno imagina que la primera bioeléctrica construida en Cuba tiene pretensiones de eternidad, y hasta parece ser dueña de cierto misticismo: montículos almacenados de biomasa de marabú que asoman y se ocultan; unos aleros muy altos donde alguna vez trabajaron como hormigas hombres atados a cintas de seguridad; unas tuberías conductoras de vapor, insuladas y gruesas, un generador que vibró cuando las primeras pruebas; dos calderas encerradas en un edificio metálico de 42 metros de alto por 14 de ancho… un zumbido extático.

    ¡Gr, grr, grrr, grrrrrrrrrr! El sonido del turbogenerador agujerea los oídos mientras te acercas. Ojalá sea crónico y solo deje de escucharse a causa de algún mantenimiento programado en la bioeléctrica o en el central Ciro Redondo, un matrimonio obligado a llevarse bien, aunque hasta ahora hayan sobrado disquisiciones.

    Entre profecías, augurios y conjeturas, hace cuatro años comenzó el proyecto; a veces, a marcha forzada; otras, con lentitud de espasmo.

    Este es el fiel reflejo en la mente de quien ha seguido a pie juntillas el vía crucis entre la planta y el central, que los ha visto empinarse sobre obstáculos internos y externos (estos últimos marcados por el asfixiante bloqueo de Estados Unidos); que vio con ojos de progreso cuando en abril de 2017 los embajadores del Reino Unido y la República Popular China asistieron a la colocación simbólica de la roca que marcó la era del inicio en Cuba del empleo de la energía renovable, a base de biomasa cañera y el marabú, algo inédito en el mundo, según los especialistas.

    ENTRE ESPINAS Y…

    Desde lo alto del domo de la caldera, entre los sitios más elevados del municipio de Ciro Redondo, el verdor de los campos de cañas y de otros cultivos se muestra con algo de esplendor. El visitante observa hasta las vías de acceso y las calles del poblado, no así las áreas de marabú que un día asfixiaron la zona por los cuatro costados.

    Las reservas del espinoso están más lejos del enclave generador, incluso, los equipos cosechadores llegaron a cortarlo a más de 20 kilómetros de distancia.

    Cuando el recorrido exceda los 50 kilómetros, el traslado de la biomasa no será conveniente, ni podrán hacerlo los tractores. Para entonces, habrá que buscar alternativas, otros medios de transporte y otra manera de acopiarla. Es decir, habría que hacer nuevas inversiones.

    No han sido pocas las espinas. En la medida en que se retrasó la arrancada del central fue necesario moler marabú, más y más, tanto que han liberado de la malévola planta una cifra superior a las 6 000 hectáreas, de donde salieron 200 000 toneladas de biomasa; tierras a las que la Agricultura y Azcuba todavía no les han dado valor de uso en su totalidad.

    «Esa debilidad, por increíble que parezca, nos conviene, porque la aprovecha la espinosa para volver a crecer», afirma Orlando Suárez Pino, gerente de Operaciones y Explotación del Transporte de la empresa mixta Biopower S.A., cuyos accionistas son la británica Havana Energy y Zerus, esta última subordinada al Grupo Azucarero Azcuba.

    En el campo una roedora, la única sobreviviente al paso del tiempo y al rigor del trabajo, lo tritura, lo desmenuza para que pueda ser engullido, quemado y convertido en electricidad.

    En el rostro de Orlando Suárez Pino se dibuja preocupación por el bajo coeficiente de aprovechamiento. Del parque de 11, solo una permanece activa y cada día dejan de entregar, como promedio, 750 toneladas de biomasa.

    Contrario al vox pópuli y al estado técnico que ahora exhiben, las cosechadoras son de excelente calidad y la entrada al país la certificó el Instituto de Investigaciones de la Maquinaria Agrícola. Lo que sucedió fue que el dinero de la inversión no fue suficiente para la compra de piezas, de nuevas cosechadoras, o para activar el taller de maquinaria, que nunca existió, razón por la que operadores y mecánicos deben reparar las averías sin las condiciones ideales para ello.

    «Cuando ellas entran en acción pueden tropezar con cualquier objeto, porque lo mismo aparece un hidrante que una llanta de tractor, una pieza de cortadoras de caña, un block de motor… Nos hemos encontrado hasta muros de cemento sumergidos en el marabú y, si es de noche, cuando se dificulta la visibilidad, ya usted sabe. Las máquinas sufren tanto que hasta el color les cambió por los contantes “aruñazos” del marabú», comenta el ingeniero Armando Urquiola Martín, gerente de Logística de la empresa Biopower S.A.

    Afirma que desde hace tres años no entran piezas, neumáticos, ni agregados –solo algunas correas llegaron hace tiempo– que aseguren la óptima disponibilidad técnica. «Antes que concluya el primer trimestre de 2022 se espera por alguna logística para reactivarlas. Mientras, buscamos alternativas propias que no siempre solucionan los problemas, porque son muy sofisticadas», argumenta.

    Entre los inconvenientes también se presenta el hecho de que están diseñadas para el trabajo en campos acondicionados para la cosecha de árboles, no para los nacidos en cualquier terreno, con irregularidades, huecos, elevaciones, objetos extraños y cuanto aparezca en el camino.

    La ausencia de las cosechadoras ha paralizado la bioeléctrica y el central en reiteradas ocasiones; la última, el pasado 19 de enero, cuando apenas 13 días después de haber iniciado la zafra 2021-2022, el ingenio se vio obligado a salir del sistema por falta de la biomasa de marabú, en un momento en que molía al 60 % de su capacidad.

    A causa del nuevo tropiezo, le será casi imposible cumplir con las 62 041 toneladas de azúcar hasta abril venidero, pondrá en riesgo la meta de la provincia y volverá a desatar la polémica nacional entre quienes aseguraban que «ahora sí».

    «Entrará al ruedo cuando haya suficiente materia prima. Por lo pronto, pensamos activar este mes el Primero de Enero, que no estaba previsto incorporar a la contienda», explica Eduardo Larrosa Vázquez, director de Coordinación y Supervisión Técnica del Grupo Azucarero Azcuba en Ciego de Ávila.

    Ante tantos traspiés, no admite más demora la búsqueda de alternativas para, en primera instancia, poner de alta las cosechadoras, principal causa, ahora, de que el Ciro Redondo haya detenido la molida.

    De igual manera, hay que agilizar la creación de centros de acopio de marabú en otros lugares de la provincia y buscar mecanismos para que terceros puedan vender la biomasa forestal en la propia bioeléctrica, para lo que se requerirá de nuevas inversiones, entre ellas, una astilladora que convierta los árboles cortados en materia prima asequible a las calderas.

    Una zafra también significa 106 días de vida para el municipio, que depende casi en su totalidad del central; una zafra que no puede eclipsarse porque no haya biomasa forestal. 

    La idea inicial fue sembrar en las áreas liberadas bosques, caña y otros cultivos, por eso sorprende y preocupa no solo que no hayan sido aprovechadas después de que quedaron libres de la espinosa, sino que haya quien considere que la solución a este problema de la falta de biomasa en la bioeléctrica, sea que vuelva a proliferar, en ese espacio ya limpio, el marabú, para continuar con el ciclo de cortarlo y «hacerlo» electricidad.

    La ingeniera en control automático Carmen Taboada Hernández, vicepresidenta de Biopower S.A., precisa que: «desde que iniciamos la generación, a principios de 2020, con resbalones incluidos, hemos ahorrado varios millones de dólares por la generación de electricidad con biomasa, sin el empleo de otro combustible».

    Según datos aportados por el Despacho de Carga de la Empresa Eléctrica de Ciego de Ávila, desde el 17 de enero de 2020 hasta el 19 de enero del presente año, los más de 138 000 megawatts hora entregados por la bioeléctrica al Sistema Electroenergético Nacional equivalen al consumo de aproximadamente 827 800 viviendas o al de los sectores estatal y residencial de la provincia de Ciego de Ávila durante dos meses, sin el empleo de unas 30 500 toneladas de combustibles en las termoeléctricas del país.

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