Un 14 de febrero de espinas y rosas

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Un 14 de febrero de espinas y rosas

 

Verónica nunca ha pasado un 14 de febrero con una pareja, no ha tenido suerte en el amor. Diana solo necesitó siete días para conquistar a Bryan. Yaima salió de la cárcel hace dos meses y, a pesar de lo vivido, pensar en sus hijos le ha dado fuerzas. Redan y Ely encontraron en las redes sociales una vía diferente para enamorarse.

Estas cuatro historias muestran cómo el amor no siempre es pétalos de rosa. A veces también es espinas. Luego de dos años de pasiones, inseguridades, rupturas, despedidas y nuevos comienzos, la felicidad les ha dejado a estos jóvenes, como única alternativa para alcanzarla, aferrarse al amor.

Amor de madre a pesar de todo

Al llegar a la casa, encuentra a su madre sentada en la cama, fumándose un cabo de cigarro a punto de terminarse. “Cuidado, mami, que te vas a quemar las uñas y te costaron carísimas”, le dice. Toma el cabo y se prende uno él.

Mientras fuma, el joven de 17 años aprovecha para “coger un cinco”. Manejar un bicitaxi toda la mañana es agotador y, en unos pocos minutos, aunque va tarde, debe incorporarse a la escuela.

Como cada día, su hermano de 20 años, que hasta ahora estuvo detrás de su madre descansando en la cama, se alista para relevarlo en el timón del vehículo, llevarlo al estudio y trabajar hasta la noche. De esta forma, “hacen el día”.

A veces, el de 17 también saca una carretilla con viandas, depende del horario escolar, debido a que le deja algunas jornadas libres. En el caso de la hembra, de 16 años, tiene más tiempo para dedicarse al estudio, pues su trabajo es cuidar un niño los fines de semana. El único de los cuatro hermanos que ahora no trabaja es el menor, de 13, porque cursa la secundaria y es a tiempo completo.

El objetivo supremo de trabajar lo conocen estos muchachos mejor que nadie. La necesidad de suplir carencias materiales, en este caso las suyas y las de una madre presa, en una crisis económica y epidemiológica nacional, te puede persuadir lo suficiente como para optar por esa vía. Sin embargo, Yaima* no está orgullosa de eso, aunque prefiere mil veces ver a sus hijos trabajar honradamente que robar.

Hace solo dos meses y medio que la mujer salió –nuevamente– de la cárcel en libertad condicional, y en mayo terminará de cumplir su sentencia. Hoy está frente a mí, mustia. Quizá las uñas que le costaron carísimas sean lo único bien cuidado que tiene.

Con una de ellas me señala el cargo de su encarcelamiento. En el informe de egreso, el nombre se lee bien, pero ella insiste en aclararlo: “Otros actos contrarios al normal desarrollo del menor. Aquí entran las mujeres que prostituyen a sus hijos, los violan, venden sus alimentos, los golpean. Yo vendí mi vivienda y los dejé sin techo seguro”. Mientras lo explica, traga en seco.

En 2015, con su esposo preso, cuatros muchachos que mantener, pésimas condiciones de vida y ningún ingreso monetario excepto las ganancias inestables de un agromercado, Yaima decidió vender su casa y alquilarse con sus hijos. Hoy está arrepentida. La suya, como todas las acciones en este mundo, tuvo consecuencias.

Nueve meses alejado de quien más amas puede doler mucho, pero llega a doler más si cinco años después de olvidar aquel sufrimiento hurgan en tu herida y aumentan su tamaño. Así pasó con ella.

Luego de habérsele otorgado la libertad condicional tras los primeros nueve meses de cárcel, rehízo su vida. Comenzó a trabajar de asistente en un hospital, pasó página. Sin embargo, olvidó un detalle, uno sin el cual la página no pasaría realmente: aún debía un año a la justicia y tenía que reportarse mensualmente al sector de la policía.

***

Seis de mayo de 2021, calle Galiano, Centro Habana. La cola parecía larga, pero lograría comprar, o eso creía. Sacaron picadillo, perro caliente y galletas de chocolate. Al menos tendrían para festejar el día de las madres, o eso pensaba. De pronto, una vez le escanearon el carné, un montón de policías la rodearon.

–Usted está detenida.

–¿Detenida?

–Usted dejó de firmar durante todo un año y el juez de ejecución la está revocando.

–Pero si a mí nadie me dijo nada... Pero si nadie me mandó una citación... Pero si ya han pasado cinco años...

***

La covid-19 vino a cambiar las reglas de juego. Yaima, que se encontraba en la  prisión de mujeres El Guatao, estuvo cinco meses y 13 días sin tener contacto físico con sus hijos por el cierre total del reclusorio.

“A expensas de un castigo –me cuenta–, yo me subía en una reja para ver a mis hijos en la calle, cuando iban con su papá cada 15 días a llevarme las cosas. Eso fue hasta que nos cogieron, cuando taparon la reja y ya no pude ver a nadie”.

¿Fue en ese tiempo cuando los niños empezaron a trabajar?, pregunto. “Sí. Un paquete de refresco estaba a 120 pesos y uno de galletas, a 180. Era demasiado y su papá no podía solo. Ahora lo siguen haciendo porque, aunque ya estoy afuera, la cosa sigue igual”.

Y sí, la cosa sigue igual, pero un tanto diferente para ella. Hoy, ya libre, trabaja de ayudante de cocina en una paladar y vive con sus cuatro muchachos en casa de su padre alcohólico y problemático. La misma casa en cuya escalera la pusieron a dormir después de salir por primera vez en libertad condicional. Esta vez, el padre fue más condescendiente y les habilitó a ella y a sus nietos el comedor.

Los niños, según su madre, están más presos que ella. “No pueden ni subir un amiguito a la casa, no pueden tener un animalito, no pueden hacer nada más que estar en este pedazo de comedor, porque a su abuelo le molesta. Ni tengo paz yo, ni la tienen ellos. Y si me alquilo, me vuelven a meter presa”.

Sin embargo, tanto a los jóvenes como a ella les alivia la tristeza el estar, sea como sea, juntos otra vez.

Una pregunta es inevitable. ¿Cómo ha podido soportar tanto?Yaima no tiene cómo resistirse más y llora. “Yo lo único que sé es que durante todo este tiempo lo que me ha dado fuerzas es pensar en ellos, en mis niños, y nada más”.

***

El joven de 17 años ya está listo. Hace rato que terminó el cigarro y su hermano lo espera abajo. Va apurado a la puerta, porque se le hizo tarde. De pronto, se da cuenta de que le faltó lo más importante. Se detiene, regresa y lo busca: el beso su madre.

* El nombre fue cambiado para proteger la identidad de la protagonista.

Magia en las redes

La noche parece tranquila. Redan está de fiesta con sus amigos en Camagüey sin saber lo que ellos están tramando. Él es el único que no sabe. No se ha comunicado con su novia Ely, que vive a más de 500 kilómetros, en Mayabeque, porque ella tenía mala conexión. A mitad de la fiesta, los padres de Redan lo llaman: se presentó un problema y debe regresar urgente a la casa.

El cuarto está a oscuras; la cama, cubierta de pétalos de rosa. En una esquina hay una luz de colores y de fondo se escucha la versión de Pablo Alborán de Peces de ciudad. Lo mejor no es el espectáculo, sino ella, sentada en la cama con una sonrisa nerviosa. Se abrazan durante unos segundos que resultan eternos. Al separarse, se miran y se besan.

***

“La distancia es de las injusticias más grandes de la vida, no puede ser justo separar a las personas que se aman. Es duro. No se puede disimular despertar con ganas de ver a quien tanto deseas a tu lado”, comenta Ely.

Redan y Ely solo se han visto una vez fuera de la pantalla del móvil desde que se conocieron. La relación comenzó a finales de junio del 2021, de una manera curiosa: gracias a la magia de Harry Potter. Ambos se conocieron a través de un grupo temático de la saga en WhatsApp. “Supongo que el destino es así, y a pesar de las trabas aquí estamos”, dice Ely.

La covid-19 ha obligado a muchas parejas a eso, a verse solo en videollamadas. Hay distintos tipos de amor, este es uno a distancia, que fue creciendo y aumentando con el tiempo. Hoy día, muchas relaciones se conocen a través de las redes sociales, se ha vuelto corriente en la era digital.

Ambos coinciden en que la distancia es frustrante: “Es duro querer o amar a alguien y no poder tocarlo, pero no es imposible”. Lo miran desde un mejor ángulo. En realidad, es solo un tiempo a distancia. Pronto iniciarán sus estudios en la Universidad de La Habana y, mientras tanto, los viajes interprovinciales son parte de sus rutinas.

Rendirse no está en la lista de opciones, no son ni los primeros ni los últimos en intentar llevar el amor así. La relación a distancia, más que otras, se basa en la comunicación; pueden pasar horas hablando y nunca es suficiente. Son los mismos amigos de hace meses, aunque con más fuerza y más pasión. Para Redan es lindo ver cómo el amor y las expectativas no desaparecen, sino que aumentan.

En el tiempo que llevan juntos, Ely y Redan nunca se han separado. “Hubo momentos difíciles que me hicieron pensar en que no lo lograríamos”, dice él. Pero una relación a distancia exige eso, superar las trabas. Ambos lo saben.

***

Son las dos de la tarde y él no cree aún lo que está pasando. El tiempo vuela y ya Ely regresa a su provincia. Pensaba que en la terminal tendrían más tiempo para despedirse, pero los planes cambiaron:

–Tres personas para Mayabeque en 20 minutos –anuncia un hombre cerca de un taxi estatal.

Solo 20 minutos.

Ambos se habían escrito una carta que solo podrían leer cuando estuvieran a solas. Redan llegó a la casa, corrió a la habitación y abrió la carta. Se sintió como una gran despedida, pero solo era el vacío de la distancia. Ely abrió la suya en el carro. Con lágrimas en los ojos, la leyó: “No es una despedida, es el comienzo”.

En espera del amor

Son las seis de la mañana y comienza otro día de trabajo. Se levanta, desayuna, se prepara y sale a luchar el transporte. Para Verónica es un día normal, nada hay que le haga presentir o imaginar la sorpresa que le espera.

Al llegar a la oficina, encuentra un cake de chocolate en su mesa.

–¿Y esto? –pregunta asombrada.

–Te lo dejó un admirador –le responde pícara una de sus compañeras.

–¿Un admirador? ¡Qué nivel! ¿Y por qué este regalo?

–Hoy es 14 de febrero, Vero.

–¿Hoy es 14?...

***

Verónica no ha pasado un San Valentín en pareja, no ha tenido suerte. “Digamos que soy joven, aunque ya tengo 30. Nunca le he comprado un regalo a nadie, a no ser a mi familia o mis amigos”, dice.

Como tantas personas, ella no espera esa fecha con emoción. Quizás la palabra “amor” no se ajuste a sus relaciones pasadas, aunque sí se ha ilusionado.

“El amor nos inspira a levantarnos todos los días, pero yo he tenido amores imposibles, me he encaprichado con las personas equivocadas”, confiesa.

La inestabilidad amorosa de Verónica tal vez se deba a un problema de baja autoestima, de amor propio. Su primer novio lo tuvo en la universidad y le llevaba tres años. El muchacho, con mayor experiencia, esperaba más de ella. Al desencantarlo, la llamó fría... Las palabras y la experiencia calaron hondo.

Sus amigos le dicen loca, rara, personaje, pero ninguno pasó por similar experiencia.

En aquel momento la familia la apoyó y los psicólogos la ayudaron bastante. De esta forma, ha logrado establecer otras relaciones; algunas, incluso, profundas.

Ella se considera una enamorada. Pero, en el fondo, siempre se ha sentido insatisfecha. Quizá por eso ha priorizado los estudios y la carrera, y no ha sabido lograr un balance.

A pesar de lo vivido, Verónica sigue, como quien dice, en espera del amor. Despierta cada mañana con la ilusión de conocer a su media naranja. Esa persona que, a decir de ella, le produzca química, la enamore diariamente y entienda los sacrificios de su trabajo.

Quizá el cake de chocolate que recibió como obsequio esta vez sea la señal de que su espera podría terminar y le toque, en febrero del año que viene, recorrer tiendas, ferias y puestos de ventas en busca de algún regalo.

Siete días para conquistarte

Bryan no sabe qué hacer, es verdad que no sabe qué hacer. Se queda tieso, a la expectativa. Sin embargo, aunque no conoce mucho de relaciones, su niño es quien toma la iniciativa, le sonríe y lo atrapa.

En la sala C del hospital Maternidad Obrera hay varios bebés, pero los ojos de Bryan se concentran solamente en el suyo: Asher. Este también lo mira, hace a todos pensar que ya reconoció al padre.

El 2021 fue un año duro para muchos: convivir con la pandemia, perder seres queridos, sufrir las consecuencias de la escasez y experimentar limitaciones obligatoria en la vida diaria. Pero Bryan y Diana le agradecen mucho al amor por ese año.

Se conocieron siete años atrás. Él, cohibido y callado; ella, intrépida y expresiva. Quizá esa fue la fusión perfecta. Pero, en ese sentido, el comentario de él resulta contradictorio al referirse a las primeras impresiones sobre ella: “No me gustan las personas que resaltan”.

Diana no tenía intención de resaltar, al menos al principio. Se conocieron en el grupo de jóvenes primarios de la iglesia Liga Evangélica de Cuba y, como él era nuevo y andaba solo, encontró una amistad desinteresada en ella.

Él tenía 17, ella, 15. Se fueron conociendo. De amigos pasaron a confidentes. Según Diana, aquella condición impuesta por él, “no te enamores de mí”, resultó una invitación. Ya se había hecho costumbre mirar su foto en el teléfono y no tenía cómo cumplir el reto.

“Un buen día me dijo que se estaba enamorando. Así, de sopetón. Yo no me lo esperaba y el nervio me dio por reírme”, cuenta el joven.

Diana pensó que había rechazado la oferta, pero persistió. Tiempo después, le escribió una nota que todavía Bryan conserva: “Dame siete días y te conquisto”.

“Creo que no llegaron a los siete”, recuerda él.

De esta forma, ambos adolescentes experimentaron su primer beso, su único amor. Sin embargo, la condición impuesta inicialmente por Bryan no fue el único obstáculo que enfrentarían.

Durante los cuatro años del noviazgo, la pareja se solidificó y planearon casarse. La boda, dispuesta para el 20 de agosto del 2020, honraría el momento del año anterior cuando decidieron dar el paso. Nada podía salir mal, pero ¿quién se esperaba una pandemia?

La situación epidemiológica del país retrasó cinco meses la formalización del matrimonio, hasta el 12 de enero del 2021, cumpleaños del novio. El sueño, finalmente, se cumplió. Las peripecias que vendrían luego servirían para probar de qué estaba hecho su amor: convivir solos en un alquiler, administrar una casa en tiempos de crisis económica nacional, contagiarse con el coronavirus. Juntos superaron cada prueba.

Precisamente en su periodo de enfermedad, Diana detectó el embarazo. “Le hice una videollamada y se lo dije. Quedó en shock”, relata ella.

Asegura que el embarazo llegó cuando habían dejado de afanarse en intentarlo.

Fue así como a las 38 semanas y cinco días de gestación nació el niño. El día 2 del mes 2 del año 2022. Diana afirma que el nombre, anteriormente desconocido por ella, se lo dio Dios en sueños un mes antes de conocer del embarazo.

Y es así como Asher, cuyo significado es “el hijo de mi bendición”, le contagia su sonrisa a Bryan. En la sala C de Maternidad Obrera, el papá no está ya tan tieso, poco a poco se va acostumbrando.