Girón y la épica de estos días

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Girón y la épica de estos días

Con la sangre de sus más valerosos hijos la Patria ha escrito páginas gloriosas de su historia. Un golpe artero segó la vida de siete cubanos, algunos de ellos muy jóvenes, el 15 de abril de 1961 en los bombardeos a los aeropuertos de Ciudad Libertad, San Antonio de los Baños y Santiago de Cuba, en lo que sería el preludio de una invasión.

Al día siguiente, allí en la céntrica esquina de 23 y 12 del Vedado capitalino, otra vez el pueblo, como meses antes en el sepelio a las víctimas del sabotaje del vapor francés La Coubre, se concentró para expresar el rechazo a los hechos en una mezcla de dolor y sentimiento inclaudicable de lucha.

Se fraguaba la determinación de un país de emprender su propio camino de justicia social, libre de opresiones de cualquier tipo, en esa lucha de extirpar la explotación de todos los resquicios para que el hombre sea hermano y no lobo de sí mismo, aún a riesgo de las tempestades.

Y todavía retumba de un rincón a otro de la Isla el eco de las palabras de Fidel: “(…) Porque lo que no pueden perdonarnos los imperialistas es que estemos aquí, lo que no pueden perdonarnos los imperialistas es la dignidad, la entereza, el valor, la firmeza ideológica, el espíritu de sacrificio y el espíritu revolucionario del pueblo de Cuba.

“Eso es lo que no pueden perdonarnos, que estemos ahí en sus narices ¡y que hayamos hecho una Revolución socialista en las propias narices de Estados Unidos!”.

La premonición se hizo certeza y horas después esos mismos fusiles que se alzaron en apoyo al discurso del enardecido líder fueron a defender el sueño de los “humildes, con los humildes y para los humildes” en las arenas de Playa Girón.

Entre ciénaga, mangle y mosquitos del sur matancero, la clarividencia martiana del ensayo Nuestra América se hizo realidad al impedirse en apenas 66 horas el paso al “gigante de las siete leguas”, al son del fusil y la metralla, en un futuro que quedó abonado con la sangre de aquellos valerosos hijos, representó y representa faro de libertad para los oprimidos pueblos del continente.

Si aquella guerra tuvo seis nombres, como nos legara Heras León desde la dureza y la épica de esos días, cuántos miles o millones no tendrán los de esta que hoy vivimos, con el mismo enemigo que no cesa en su empeño de someternos.

Una gesta que se escribe a diario, no exenta de errores y limitaciones propias, pero igual de comprometida con los mismos ideales de justicia social para continuar dibujando “el nombre del alma de los hombres que no van a morir”, como diría el poeta.

Ya los jóvenes y el pueblo todo no les ponen el pecho a las balas de mercenario ni a las bombas de aviones de falsa bandera como en aquel abril luminoso, pero sí al enfrentar una pandemia, a la cotidianeidad con incontables carencias, a defender desde el surco, la fábrica, la escuela o los escenarios virtuales de Internet el derecho a un futuro mejor.

Se trata, sobre todo, de lo que no ocurrió gracias a la victoria de Girón, de regresarnos al anterior estado de ultraje en que la mayor parte de la población cubana vivía, como dijera Fidel; se trata de conquistar la felicidad y aún lo que nos falta, pese a las cínicas manipulaciones del poderoso vecino del Norte.