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    Barcos en Júcaro navegan contra las corrientes del inmovilismo

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    Barcos en Júcaro navegan contra las corrientes del inmovilismo

    La  UEB Flota Marina Pesca de Júcaro deja de pagar en otros puertos por estadía (Foto:Ortelio)

    Halado por un güinche potente y un cable de acero, grueso y resistente, el barco trepa por dos rieles que se hunden en el fondo del mar. La polea rechina mientras el casco avanza hacia tierra firme, destila agua y se deja ver, herrumbroso y maltratado por tanto tiempo a merced de las profundidades.

    Los hombres observan con detenimiento la lenta subida de la mole de más de 40 toneladas de peso. El izaje termina en menos de media hora, desde que el barco rodó por la llamada cuna (encima de la cual descansa la estructura del ferrocemento) y quedó listo para comenzar la revisión de la línea de eje, y la obra viva (quilla), para después iniciar el raspado, la limpieza y terminar con los tres esquemas de pintura que lleva la embarcación.

    Los expertos también dedican tiempo a las exploraciones mecánicas del motor, la obra muerta (donde van los tripulantes), el piso y demás detalles que siempre salen a la vista en tierra firme.

    Si no hay dificultad con los recursos, el ferrocemento tardará en hacerse a la mar unos diez o 12 días, operación que en otro astillero demoraría meses, a veces, hasta un año y más. Solo la estadía de un día le cuesta a la unidad empresarial de base (UEB) unos 528 pesos.

    «Solo por ese concepto llegamos a pagar más de 47 000 pesos por la reparación de una embarcación, a lo que se agregan gastos en alimentación y salario, más el combustible de ida y regreso. ¡Y todo sin sacar un pescado del mar!», asevera Reinerio Díaz Betancourt, director de la UEB Flota Marina Pesca de Júcaro.

    Del vestigio doloroso de lo que fue el varadero tiempo atrás –inactivo por más de diez años–, no queda la más mínima huella. El cambio llegó con el buen hacer de un grupo de trabajadores de vanguardia, al frente del cual siempre estuvo Reinerio Díaz.

    «Me licencié del Ministerio del Interior y pasé un poquito de trabajo para encontrar trabajo. Una mano amiga me propuso venir para acá y, después de los trámites correspondientes, me aceptaron y aquí estoy, en mi otra trinchera de combate.

    «Tú verás que aquí repararemos todos los barcos. Hasta un camaronero subo si me lo propongo», aseveró con su proverbial arrancada de hombre decidido y con la mente en poner de alta cuanto medio marino aparezca.

    «Lo de los camaroneros lo pensé, para poder reparar nuestras propias embarcaciones y no depender de otros, pero Basilio, el de la empresa, me dijo que todo no era entusiasmo, que debía hacerle las pruebas al varadero, certificarlo, para ver si sostenía al camaronero, con varias toneladas más de peso que los escameros.

    «Pues te diré que Basilio me decía que no; y yo, que sí; él, que no y yo… hasta que me preguntó: “¿Reinerio, qué tú te haces si se te cae un barco de allá arriba? ¿Qué tú te haces?”, repitió la frase y fue cuando pensé en serio lo de la subida. Yo, con escasos conocimientos del mar, de puertos, de varaderos, pensaba que hasta un trasatlántico podía subir allá arriba, pero no, todo tiene sus leyes y su maña. Menos mal que él me persuadió, me frenó.

    «En verdad creo que un camaronero es mucho para el varadero recuperado por nosotros mismos, certificado por el Registro Cubano de Buques para los escameros, pero no para subir los camaroneros de 50 y más toneladas de peso. Eso llegará más temprano que tarde.

    «¿La reparación del varadero? –continúa Reinerio Díaz Betancourt– fue con recursos propios y entró en funcionamiento luego de permanecer inactivo durante una década. En septiembre del año pasado habíamos echado al agua ocho embarcaciones dedicadas a la pesca de especies de escamas, con el consiguiente ahorro de recursos y la disminución del costo y el tiempo por concepto de reparación.

    «Para ponerlo de alta, especifica, fue necesario rehabilitar unos cien metros de líneas férreas (gran parte de ellos sumergidos en el agua); también le pasamos la mano a la cuna encima de la cual descansa el barco; y fabricamos, en la propia unidad, las patecas (especie de rondanas), imprescindibles para el correcto funcionamiento de la estructura».

    Lo más importante en la historia del varadero y su gente es que ha sido la columna vertebral de la UEB, con la reparación de la totalidad de la flota: diez escameros y siete camaroneros y, a decir de Alexis Benavent Martínez, director de la Empresa Pesquera de Ciego de Ávila (Epivila), hoy la UEB de Júcaro es la única –entre sus similares de Manzanillo, Santa Cruz del Sur y Cienfuegos– que cumple el plan de captura del camarón, uno de los rubros exportables del país.

    Reinerio Díaz Betancourt, de hablar muy rápido, cuenta la historia en apenas unos minutos; un diálogo al borde del varadero, tragado por la dejadez, el abandono y el mar en más de una ocasión y ahora devuelto por el esfuerzo de un colectivo que no se deja arrastrar por la corriente del inmovilismo.

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