Las luces de mi país

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Las luces de mi país

 

La fuerza de un país se mide por sus afectos. No hay mayor nobleza de espíritu que la unión de un sentimiento, sobre todo, en tiempos aciagos y de luto colectivo.

Eso ya lo sufrimos durante los picos pandémicos de la Covid-19, también con el desastre aéreo del aeropuerto internacional José Martí, momentos donde siempre primó lo mejor del cubano: su espíritu solidario, su sincera empatía y su entrega incondicional, pese a miserias y carencias.

Tanta nobleza en el dolor nos trasunta desde varias latitudes: del estoicismo de nuestros aborígenes, de la hidalguía española, de la resilencia africana, de la paciencia asiática, de la bondad morisca y de nuestro ancestro cultural medularmente judeo cristiano.

Por eso las luces y las sombras, ese par dialéctico como la vida misma, por eso la comunión de luces a las nueve de la noche ya sea con velas, linternas o celulares en un minuto de silencio tan estridente que toda Cuba iluminará su bóveda celeste.

No solo en esta isla de tantas confluencias, sino allende los mares, donde quiera exista una cubana o un cubano de buena voluntad habrá una luz de esperanza y de conmiseración, una luz solidaria y de sentido dolor, una luz que elevará lo mejor de mi país, de mi gente, de mi pueblo.

El más virtuoso de los pueblos porque con cada adversidad redime su dignidad, vindica su amorosa unión, defiende a los menesterosos y se conduele con sus semejantes en la más franca y cristiana bendición. 

Tan luminosa y centelleante como las estrellas en el firmamento será siempre el duelo colectivo de las cubanas y cubanos de buena voluntad.