La dedicación y la “antitarea” de una empresa

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despacho empresa eléctrica ciego de ávila 2Carlos Luis Arencibia Fernández tiene un problema. Le gusta su trabajo y es ahora mismo uno que difícilmente otra persona aceptaría, porque lleva sobre los hombros todo el peso de la crisis energética.

Él lo dice tranquilamente: “hace más de 14 meses que no tengo ocho horas de sueño seguidas”. Y, minutos después de recibirme en el Despacho de Provincial de Carga, perteneciente a la Empresa Eléctrica Ciego de Ávila, tiene que hacer aclaraciones ante la primera pregunta entusiasta de esta periodista, que pensaba en términos de “la calle”.

—¿Entonces, es aquí donde quitan la corriente?

—Aquí es donde se ordena. El Despacho es el ente que controla la generación, distribución y comercialización de la corriente. Desde que se genera hasta los hogares.

Ahí la primera contradicción, una pizquita del problema que decía al inicio, de una obviedad que también nos tiene en vilo a los clientes: “La misión de nosotros no es dar apagones, es dar corriente. De vender corriente es que vive la empresa”.

Entonces, habrá que imaginar lo que significa para un colectivo de más de 30 personas cambiar de pronto una labor que se resumía a velar por la distribución de la energía, a tener que decidir, en situaciones que cambian en cuestión de horas, quién tiene corriente y quién no. Es una “antitarea”, “antimisión” que les ocupa turnos de medio día y muchos más dolores de cabeza.

No es solo poner y quitar. Es llevar también las estadísticas de lo que se distribuye a toda hora, confeccionar los ya famosos bloques y asegurar las áreas que por petición de las instituciones tengan algún funcionamiento fuera de lo normal, y requieran energía.

Una certeza que ya los clientes sospechábamos, ha guiado su trabajo en todos estos meses. Mientras en otras provincias, cercanas, se habla de apagones de 12 horas seguidas, o ciudades encendidas a costa de que los municipios rurales no duerman, eso no ha sucedido aquí.

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“El Partido orientó no tener circuitos priorizados —más allá de los hospitales y los lácteos—; no mantener encendido el bulevar, por ejemplo, para tener dos bloques y distribuir de forma pareja”. Y si aquí no les toca decidir por provincias con más o menos “privilegio”, al menos sí se han asegurado que cuente lo mismo la gente que vive en los alrededores del Parque Martí, de la capital avileña, que la residente en Miraflores, en el municipio de Bolivia.

Tal ha sido el cuidado por esa equitatividad, que de la planificación de tres horas con y sin servicio, se pasó a la de tres y media, para que los horarios rotaran cada 24 horas y quien no durmió de madrugada ayer, se acueste tarde hoy, pero duerma esas horas.

Cierto es que, a veces, no es suficiente, y si Ciego, una provincia pequeña (con apenas tres grupos electrógenos y sin generación propia), tiene un déficit de 90 megawatt, es imposible tener a la mitad encendida. Otra vez la cara de Carlos, cuando explica esto, es de pesar.

En medio de un salón enorme, que parece salido de películas de “comando y acción”, seis hombres trabajan a toda hora con los ojos metidos en las pantallas. Apenas pueden levantar la vista para responderme.

Yoixander Peralta Simón apenas lo hace para resaltar que a ese “fin del mundo”, tan lejos del centro de la ciudad de Ciego de Ávila, hay que llegar todos los días, “a pie, en bicicleta…”. Y que, con apagones o sin apagones, “la pincha” de ellos es estresante. “No hay diferencia”.

Al lado, Jeannis Franch, discrepa con la parsimonia de un licenciado en Física, y más de 14 años de experiencia. “Sí es más agotador”.

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Y, corrobora Carlos, es un trabajo en el que no pueden quedar nunca bien. Por ejemplo, las “rotaciones”, que es el momento en que el apagón pasa de un bloque a otro, siempre demoran entre 30 o 40 minutos. Es una persona, y no una máquina, la que, de forma manual, abre y cierra cada circuito, apaga y restablece el servicio, sin violar el límite que pone la capacidad de generación.

Cuando es ya la hora marcada, y no han puesto la corriente en todos los circuitos, empiezan a llover las llamadas al 1888. Y hay casi siempre cuatro ejecutivas en la empresa, cerquita del Despacho que dirige Carlos, para explicar.

Nada menos que 106 680 se atendieron en octubre, según Yaneslaidy Sainz Fernández (supervisora del Centro de Llamadas) y cerca de 11 000 más abandonaron la llamada.

“La gente piensa a veces que llaman y no respondemos, pero en realidad es que la pizarra admite hasta 12 llamadas, y nosotras atendemos de cuatro en cuatro”.

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Ninguna cuelga ni descuelga teléfono alguno. Es una “longaniza” infinita de llamadas que les llegan a los auriculares. Dos por minuto, 120 por hora, 1440 por turno de trabajo. Extenuante.

Obviamente los apagones les han multiplicado el trabajo y hasta los malos tratos. Se ha vuelto un trabajo que no para ni en la casa, cuando apoyan entonces el soporte del canal de Telegram de la empresa, con más de 20 000 subscriptores. 

Nada puede cambiar una realidad medible y llevada en estadísticas, como bien saben ellos. Estamos, casi todos los días, medio día sin la ya imprescindible electricidad. Y una centena de hombres y mujeres han vuelto su trabajo en el “antipropósito” de su empresa. Pero lo han hecho, precisamente, por empeñarse en que se sienta menos, como personas que son, y no como funcionarios sin rostro.