Hienas

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Casi todos los días converso con él vía Internet, que es como decir casi todos los días discuto de béisbol con él, porque no hay manera de que nuestra amistad de la infancia, juventud y parte de la vejez, no esté salpicada por ese deporte que nos vio crecer y fue testigo de nuestra amistad, “por los siglos de los siglos”, como la calificara en su primer mensaje luego de “mudarse” del barrio.

Hienas

Él en Florida, Estados Unidos, hace menos de un año, y yo en nuestro Ciego de Ávila, Cuba, desde toda la vida, hablamos de todo, menos de temas políticos.

Y que conste, no porque nuestros conceptos esenciales sean diferentes, sino porque, desde su óptica, “en política todos creemos tener la razón y no vale la pena discutir”.

Por eso me causó sorpresa su mensaje en la mañana del lunes, ya que, si bien lo esperaba, al darle lectura comprobé que, por una vez, las interioridades del juego de pelota entre Cuba y Estados Unidos, no era el eje central. No voy a reproducir los 16 párrafos que dedicó al tema, pero sí un resumen que refleja su estado de ánimo tras el acontecimiento nocturno dominical.

“Ya debes imaginarte cómo sufrí anoche con nuestra derrota. Yo sabía que era bien difícil ganarles a los americanos. Tienen tremendo equipo. Pero mi encabronamiento no es solo por el fracaso, sino por las ofensas que tuvieron que soportar los peloteros de sus propios paisanos cubanos.

 

 

“Anoche supe que aquí en Miami hay una fábrica y que ella deja mucho, pero mucho dinero a sus dueños. El producto que ellos elaboran es que nos odiemos cada día más, los de aquí y los de allá. Entre más odio, más ganancias. Siempre te dije que la política es lo más asqueroso que hay. Pues bien, anoche tuve asco”.

 

Esta vez mi amigo me ahorró los comentarios, aunque la afirmación que más me llegó fue su frase de despedida: “aquí éramos más los que deseábamos el triunfo que esos que parecían hienas aplaudiendo la derrota”.