Algo que los cubanos tenemos bien puestos

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Algo que los cubanos tenemos bien puestos

De los recuerdos más gratos que conservo de mi vida profesional como periodista deportivo, son los Juegos Panamericanos de la Habana 1991, los que me traen los sentimientos de agradecimiento a la vida por darme la oportunidad de vivir tantas alegrías y emociones.

Y es que no solo tuve la oportunidad de reportar este acontecimiento desde La Habana, para el entonces “jovencito” periódico Invasor, sino también porque pude ser testigo de aquellas 140 medallas de oro de la delegación cubana —10 más que la superpotencia de Estados Unidos—, que le valieron el primer puesto en la clasificación por países. Algo que por aquellos tiempos parecía una utopía.

No podía imaginar entonces que, 32 años después, con menos metales dorados de conquista, la labor de los deportistas antillanos en Santiago de Chile me obligara a repetir la frase que aquella vez dije: “nuestros deportistas han hecho una hombrada”.

Por eso no creo que ahora sea tiempo de poner el énfasis en si la alta dirección del Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y Recreación pecó de moderada en sus pronósticos, y menos aún, tal como han hecho otros, más dañinos por triunfalistas, que lanzan clarinadas de un resurgir del deporte cubano en la esfera mundial.

Guardemos lo primero para análisis y críticas posteriores, porque ahora se trata de nuestros atletas y entrenadores, esos que, en medio del difícil período económico que transita el país, hicieron que se escuchara el Himno Nacional en 30 ocasiones, en la capital chilena.

Habría que ser obtuso —o fingir serlo— para no comprender que Cuba se ha quedado rezagada en materia tecnológica en esta esfera y que las condiciones de vida de los atletas cubanos no son las mismas de décadas atrás.

No es un secreto, por ejemplo, que la alimentación de los futuros atletas ya no es la misma de aquellos días cuando el Estado estaba en condiciones de proporcionar no pocos recursos al deporte de alto rendimiento.

No admiten comparación las condiciones con que se formaban, 30 años atrás, los futuros campeones en nuestras Escuelas de Iniciación Deportiva Escolar (EIDE) y las que ahora mismo encuentran en esos centros.

Ya son historia también aquellos tiempos en que nuestros atletas se pasaban temporadas completas en Europa, en fogueo constante con los mejores competidores del mundo.

Sería superficial evaluar al movimiento deportivo cubano de este siglo sin tener en cuenta el tema económico. Y tal afirmación no es una toalla lanzada desde la esquina a las malas decisiones de los directivos, que no solo han sido en materia de entrenamientos, sino también de las relaciones, incluso, con los propios atletas de quienes merecían, por lo menos, ser escuchados.

Pero también es una verdad mayúscula que ahora mismo, por más que se quiera, el Estado no está en condiciones de apoyar al deporte como lo hacía antes.

Sumemos, además, que el éxodo de atletas de alto nivel de los últimos años no tiene parangón en el mundo. Y, aun así, Cuba no ha dejado de tener campeones que prestigian su deporte.

Por eso, repito, el performance de la delegación cubana en los Juegos Panamericanos de Santiago de Chile merece aplausos, sin que ello signifique creer que es algo así como la “remontada” del deporte cubano en el contexto mundial.

Sería demasiado romántico pensar que nuestra islita volverá a ser aquella potencia deportiva que dejó boquiabiertos a los especialistas, con su quinto lugar en la Olimpiada de Barcelona en 1992.

Los cubanos, sencillamente, no somos una raza superior para equipararnos con las potencias del mundo en el ámbito deportivo, aunque la actuación en la cita panamericana, confirma, una vez más, que todos los elogiosos adjetivos que nos endilgan, han sido bien puestos.