Sin perder la ternura

Ellas —tres profesionales, por demás— decidieron unir una parte de su salario el día del cobro para comprar entre las tres una caja de pollo en una mipyme cercana y dividirse el contenido, que, de esa forma, podía salir un poquito más barato; sin embargo, los contratiempos no se hicieron esperar.

El primer traspié ocurrió al pretender pagar con los billetes en denominaciones de 5.00 o 10.00 pesos que habían recibido momentos antes, pues el susodicho negocio solo aceptaba de 50.00 en adelante. Una de ellas apeló a su tarjeta de ahorros para abonar el saldo por transferencia, pero “extrañamente” la cuenta receptora no aceptaba el envío.

—Déjame la caja apartada mientras soluciono el pago— solicitó una; pero solo encontró el silencio y la indiferencia del vendedor, que continuó ofertando el producto por cantidades, sin inmutarse.

Cuando, minutos más tarde, al fin tuvieron la solución, a través del gesto solidario de alguien dispuesto a cambiarles los billetes, la respuesta cruel del dependiente fue como un jarro de agua fría en el rostro: el producto que queda ya está vendido.

Y tuvieron que irse, impotentes, frustradas, sin el alimento necesario, con el sentimiento de haber trabajado inútilmente por un salario que no satisfizo sus necesidades, humilladas por un negocio no estatal que se erige como protagonista, y sin saber dónde y a quién reclamar.

El relato, totalmente verídico, hace reflexionar sobre el comportamiento de algunos nuevos empresarios emergentes, que se creen por encima de los demás, guiados por la cantidad de dinero que manipulan, en contraposición con los valores que nos han distinguido y debemos preservar como sociedad.

En más de una ocasión colegas de los medios de comunicación y dirigentes del país han llamado a ser empáticos y poner en práctica esa capacidad de comprender los sentimientos y necesidades de los demás, y de ponerse en el lugar del otro para responder de manera adecuada.

En momentos en que se agudizan los desniveles económicos y algunos tratan de imponer la cultura de la indiferencia ante los problemas ajenos, situarse en la piel del prójimo es un acto de generosidad, que ayuda a propiciar un entorno de comprensión mutua y apoyo colectivo.

Hoy, la empatía social es una urgencia ante la crisis que atraviesa el país, pues está vinculada al desarrollo moral, la ética y el comportamiento solidario.

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