Ahora en esa misma pared reza un grafitti: "si quieren matar la libertad que lo hagan ellos, los que la esconden". Nada de lo que rodeó al Che se escapa de esa dualidad hombre-leyenda que hoy lo convierte en símbolo cultural en medio mundo.
Ni su cadáver, que para Sussana Osinaga, la enfermera que lo lavó, "Jesucristo no más era". Ni esa lavandería donde el ejército boliviano mostraba "a los chanchos muertos", para que vieran lo que les pasaba a los comunistas, y a la que hoy le han cambiado el grifo por una cesta de flores y las paredes azules por declaraciones de principios.
El Che no es solo cantaleta de octubre a octubre o una foto de Korda sublimada sobre millones de camisetas. Es la polémica (tal vez polisemia) que no lo deja morir porque desempolva cada tanto diarios, cuadernos y biografías. Es El socialismo y el hombre en Cuba estudiándose en los programas de filosofía de las universidades.
Son sus notas tomadas desde Praga, paradero intermedio entre el Congo y Bolivia, donde ponía ojo crítico al rumbo del socialismo en la Europa del Este. Su pensamiento económico forjado con disciplina y estudio.
Son los miles de versos que inspiró antes y después de que la ráfaga de tiros de Mario Terán le doblara las piernas. Las voces de Frank Delgado, Carlos Puebla, Nicolás Guillén. Tus hijos comieron del mismo pan que comí yo / Fuimos al mismo colegio. Vienes sembrando la brisa / con soles de primavera. Y no porque te quemen, / porque te disimulen bajo tierra, / porque te escondan /en cementerio, bosques, páramos, / van a impedir que te encontremos. Las pruebas de que el símbolo nació en octubre. Y para siempre.