Maestro de juventudes

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La primera vez me pareció tan normal que hasta pasó desapercibido. La segunda, la creí pura casualidad, hasta llegado el punto en que el nombre se me hizo familiar cuando, por enésima ocasión, volví a escucharlo, y terminé por creer que llevaban razón por aquello de que tantas personas no pueden estar equivocadas

Después lo comprobé cuando aquel muchacho hablaba de proyectos con una seriedad que no cabía en sus 22 años. Pensé entonces que los imposibles solo existen en la mente de los inertes, o al menos eso interpreté, mientras trataba de distribuirle las horas al maestro, dirigente juvenil y, a ratos, artista, que se confundía como uno más entre sus alumnos.

Puede que Dimitri Gómez Cardoso desde siempre fuera así, con esas tremendas ganas de sentirse partícipe de todo, mas prefiere comenzar su historia allá por el séptimo grado, cuando un círculo de interés lo terminaba de “enganchar” al magisterio del que padre y padrastro le habían mostrado las primeras luces. Así descubriría la Escuela Pedagógica Raúl Corrales, con la intención a cuestas de quien se soñaba maestro primario.

Apenas dos años estuvo allí, hasta que sus compañeros lo escogieron para representarlos en la Federación de Estudiantes de la Enseñanza Media y, cuando vino a ver, era un provinciano llegado a La Habana al que todo el estudiantado del país le daba un voto de confianza. Y con la distancia crecieron las responsabilidades que ahora define como “una experiencia fuerte pero única”.

“Tienes que saber llevar todo por igual, y entre reuniones, actividades y viajes a provincias, cuidar el estudio, porque no se corresponde un dirigente estudiantil que no sea consecuente con la tarea fundamental de un estudiante, y eso me llevaba muchísimo tiempo extra.”

Aunque la capital es atractiva, recibimos de vuelta al maestro primario que un septiembre sorprendió en el Centro Mixto Cloroberto Echemendía del Consejo Popular de Majagua, en la sede de Guayacanes. En esa comunidad empezaría a escribir su propio “librito”, pues, como dicen por ahí, cada profesor tiene el suyo, al tiempo que conquistaba a alumnos y sacaba a los padres de la desconfianza que algunos no pueden evitar cuando se tropiezan con un rostro joven frente al aula.

Sin embargo, solo un curso escolar permaneció allí para retornar al lugar que había empezado a formarlo y con el que creía tener una deuda pendiente. La Raúl Corrales volvía a acogerlo, pero esta vez para ser él quien hable a otros de las satisfacciones del magisterio.

“Me siento cómodo trabajando entre quienes fueron mis profesores, además de ser un claustro que apoya en todas las iniciativas. Esa familiaridad, a su vez, supone el compromiso de hacerlo tan bien como ellos lo hicieron conmigo.”

El desafío mayor, no obstante, lo sitúa en sus estudiantes, esos que cada día lo llevan a reinventarse para enseñar la Historia y mantener esa línea llamada respeto que debe existir entre alumno y docente, aunque por las cercanías se compartan gustos, lenguajes y maneras de pensar.

“Cuando eres maestro de futuros maestros estás obligado a dar el ejemplo por partida doble, pues ellos no solo se miran en tu espejo como persona, sino que copian tus métodos, tu manera de expresarte en el aula y, probablemente, sea eso lo que reproduzcan en el día de mañana.”

Otra de las experiencias que rememora con satisfacción lo sitúan fuera de Cuba, y no por el viaje en avión que siempre impresiona al primerizo, más bien por la oportunidad de conocer realidades diferentes mientras representaba a esta Isla como parte de la sociedad civil cubana en la VIII Cumbre de las Américas, desarrollada en Perú.

“Tuvimos que enfrentarnos a escenarios muy fuertes, en los que pretendían desacreditar a nuestra delegación. Algunos se acercaban a nosotros para preguntarnos cómo vivíamos, cómo era nuestro sistema educacional y, al intercambiar con ellos, te dabas cuenta de que tenían una percepción tergiversada de nuestro país. De igual manera, notabas que en América Latina muchos nos creen un ejemplo a seguir.”

A la par de sus clases, un nuevo empeño le roba el tiempo y el sueño, desde que a él y al profesor Ebel Sarduy Garvín se les metió en la cabeza que tenía que ser la escuela un lugar más atractivo para los estudiantes y más abierto a la comunidad. Desde entonces, lo mismo prepara una coreografía, baila música campesina, que gestiona una guagua, y no lo dejan mentir las estadísticas, ni sus alumnos, cuando dice que hoy son menos los que dicen adiós a la Raúl Corrales.

Por eso se le ve de aquí para allá en los pasillos y aulas que ya conoce de memoria y en los que pretende seguir, porque en las horas de este joven maestro, siempre queda tiempo para hacer.

Tomado del Periódico Invasor: http://www.invasor.cu/es/secciones-especiales/cristaleria-joven/maestro-de-juventudes