Niños hermosos

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    full ninos maestrasEsta es la foto de unos niños hermosos, pero no porque ustedes los vean lindos, como lindos se ven los niños que hacen guiños cómicos y ponen caritas felices. No, la hermosura de ellos viene de la tarde anterior a esta imagen, cuando en el aula de Segundo A de la escuela Águedo Morales, terminaron la hora de charlas y anécdotas, así, como están ahora.

    Esta es la foto de unos niños hermosos, pero no porque ustedes los vean lindos, como lindos se ven los niños que hacen guiños cómicos y ponen caritas felices. No, la hermosura de ellos viene de la tarde anterior a esta imagen, cuando en el aula de Segundo A de la escuela Águedo Morales, terminaron la hora de charlas y anécdotas, así, como están ahora.

    “¿Quiénes son aquí niños hermosos?”, los había incitado la madre de uno de ellos. Entonces hicieron lo de esta foto: todos levantaron sus manos con esa impertinencia con que suelen contestar las preguntas facilitas, hechas para alumnos de preescolar o de primer grado, o sobre contenidos machacones que, de tanto recalcar las maestras, parecen lemas. Aunque, en apariencia, era una pregunta fácil, ya ellos sabían que no se trataba de apariencias, de acomodar los cánones de belleza establecidos por la subjetividad de algún adulto sin espejo.

    Y eso, porque les habían leído la dedicatoria de José Martí, apenas el primer párrafo de “A los niños que lean La Edad de Oro”, un preámbulo que hasta los papás olvidan cuando van directico a Los zapaticos de rosa. Pero como no siempre entienden lo que oyen ni lo que dicen, la idea de la tarde fue que ellos contaran cómo un niño “puede hacerse hermoso, aunque sea feo”, y cómo “un niño bueno, inteligente y aseado es siempre hermoso”.

    Mientras la maestra de ocasión conducía la algarabía con ejemplos reales que todos querían narrar para definirse buenos y hermosos, la pizarra fue llenándose de la caligrafía de honrado, obediente, cortés…, palabras de significados desconocidos que, sin embargo, habían practicado. Si el Martí de 1853 hubiese nacido un siglo después y alcanzara a escucharlos, definitivamente les hubiera regalado un ejemplar. La Edad de Oro está escrita para ellos.

    ¡Claro!, en los cuentos de esa tarde hubo que hacer correcciones, como corresponde, incluso, a una incipiente maestra, pues las niñas creen que solo los niños deben ser caballerosos. —¿Y si ellos vienen muy cansados de trabajar y vamos en el asiento de una guagua descansaditas, no sería mejor que les diéramos nosotras el puesto? —Bueno…eh, sííííiíííí, dijeron luego de derribar el muro que divide al mundo entre hombres fuertes y mujeres débiles.

    Los varoncitos, por su parte, creen que las niñas deben asearse más que ellos y demostraron que los padres nos inventamos un vocabulario comiquísimo para esquivar las “malas palabras” de nuestros genitales y entendieron, al final, que los baños mañaneros son ricos para todos. Cuando dijeron que para ser buenos también había que ser estudiosos “porque así pasamos de grado”, ella les dijo que, sobre todo, había que hacerlo para aprender.

    Tuvo que defender la obediencia con el tino de quien sabe que, en ocasiones, los padres no tienen la razón y les decimos a los chicos que hagan cosas que no sirven de mucho, y que es difícil que los grandes les hagan caso y aprendan de ellos: que los pequeños (y los grandes) deben esmerarse en explicar bien sus ideas. Y lo hicieron todo el tiempo; incluso, cuando uno dudó de la honestidad de quien devolvió un carrito a su dueño “porque, claro, tú no juegas con eso” y ella le respondió mortificada: “sí, pero yo tengo un hermanito”.

    Entre las risas de esos pioneros, que son buenos también por la maestra y la seño que de lunes a viernes los impulsan a serlo, hubiese estado el Maestro orgulloso, leyendo alguno de los cuentos que tradujo o escribió para ellos. En esta imagen están todos, pero, sin dudas, los niños son más hermosos de lo que ustedes pueden ver.

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