Las llaves del agua

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    Foto3 Ángel Cobo Aragón operador de válvulas en acueducto de Ciego de Ávila

    El Ángel de esta historia no tiene como primer nombre Miguel, ni es escultor, arquitecto o pintor. A ningún escritor o periodista se le había ocurrido hasta ahora el intercambio con alguien que desanda la ciudad como un rapsoda, no bastón en mano para marcar el ritmo de un poema, sino con una llave en forma de T, al hombro.

    A diferencia de aquellos hombres de la antigüedad, este no siempre es bien mirado por una parte de los habitantes, sobre todo cuando la sequía atenaza.

    Ángel Cobo Aragón, operador de válvulas de acueducto, domina, como las líneas de la palma de sus manos, por dónde andan las tuberías subterráneas que llevan agua a las viviendas de la ciudad de Ciego de Ávila y conoce el sitio exacto donde está cada una de las válvulas.

    En tiempos de sequía a él también le preocupa el descontento por parte de quienes pasan tres o más días sin recibir agua y tienen que desgastarse llenando cuanta vasija tengan a mano, del mismo modo que no comparte la indisciplinada postura de personas que, incluso, llegan al extremo de manipular a conveniencia esos grifos, los obstruyen y los dañan.

    Ingratitudes e irregularidades así afloraron recientemente, al compartir una jornada de trabajo y de aprendizaje con este laborioso hombre, convertido en una especie de misionero contemporáneo.

    «¡Oiga!, seguro que en su casa tiene agua. En la mía, desde hace una semana no cae ni una gota y nos vamos a morir de sed. Los baños sin descargar, tenemos que ir a cocinar a casa de mi suegra y, encima de todo eso, usted cerrando esas válvulas».

    Fueron las palabras de un bicitaxista.

    «Yo cierro y vuelvo a abrir, según el horario establecido; ojalá pudiera ponerla más tiempo, pero no es posible; el agua hay que saber dirigirla para que todos puedan coger un poquito», comenta Ángel, quien asevera que en la coyuntura actual no existe ese problema, pues la provincia entra al período seco con suficiente agua en el manto freático, la principal fuente de la que se nutren los avileños.

    Mientras nos trasladábamos a cerrar y abrir válvulas, explica que trabajaba en una fundición y se embulló, tanto que eslabona 29 años en un oficio que, según él, no siempre es bien mirado. Y lo más lindo, también embulló a su hijo y ambos trabajan 24 horas y descansan 72.

    «Mira —comenta—, las mismas personas tienen una cara cuando le abres las válvulas y otra cuando se las cierra, ¡vaya contradicción!».

    Afirma que la ciudad debe tener 100 o más de esos grifos, pero solo manipulan unas 27 o 28 para que el líquido llegue a la mayor cantidad de personas posibles. «Todo funciona como un rompecabezas, cierra para allá, abre para acá, y así pasan los días, los meses y los años, de día, de madrugada, de noche, llueva, truene o relampagueé. Siempre hay gente que espera por uno, a la hora exacta y uno debe corresponderle.

    «No quiero acordarme cuando la pasada sequía. Fue como de 42 meses, más de tres años. Ahí si había que ser un león tusa´o. Todo el mundo quería agua y algunos no entendía de explicaciones».

    —Y en el oficio de valvulista, ¿qué le incomoda más?

    —Cuando se me rompe una llave, cuando alguien te falta el respeto sin que uno tenga culpa; los salideros, que cuando das presión a las tuberías viejas es como si se reventara la tierra. ¡Ah!, y no es que moleste, pero el salario es muy bajo, un poco más de $300.00 CUP. Pienso que no estaría mal lo subieran un poquito con todos estos aumentos.

    —¿Y hay mucha inestabilidad en el oficio?

    —No. Es que uno trabaja 24 horas seguidas y después descansa 72 o, mejor dicho, dedica esas 72 horas a hacer otras labores: plomería, albañilería… Lo que aparezca.

    Un rato después, mientras recorríamos otros puntos de la ciudad y yo repasaba mentalmente la responsabilidad social del valvulista, las situaciones que diariamente enfrenta y la constancia con que debe seguir haciendo su labor, comprendí mejor lo que muchas personas ignoran: quitar y poner el agua es mucho más exigente que el mero acto de abrir y cerrar llaves.