Mano sensible y de batalla

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    Mano sensible y de batalla

    Anda por la vida con instinto bueno y alma noble, al alcance de todo el que llegue al consultorio número 11, de la ciudad de Ciego de Ávila, o a su casa, porque consultorio y casa es casi lo mismo: uno abajo, la otra arriba.

    Podría decirse que ella vive en su propio centro de trabajo, a la distancia de 14 escalones. Subes, bajas; subes y te recibe, sin que el horario recrimine, sin que haya otra cara como no sea de sonrisa y con las frases de siempre: «¿Qué te pasa? Ven sube». Así lo ha hecho por más de una década de permanencia en el consultorio, aunque en los tiempos de pandemia el distanciamiento la ha obligado a frases educativas y de distanciamiento.

    Es de las que no mira las manecillas del reloj, ni cuenta las horas, que, una tras otras, forman los días, los años y casi la vida entera de quien se decidió por la profesión desde niña, cuando echó mano a un estetoscopio de juguete para «auscultar» a la muñeca Loreta.  

    Ya de joven, un día tuvo la certeza de que jamás abandonaría la profesión y, más acá en el tiempo, que pasaría el resto de su vida, allí, en el Consultorio del Médico y la Enfermera de la Familia de la calle Margarita, esquina a Abrahán Delgado, donde atiende a una población de más de 1 200 personas.

    La conocí hace muchos años, por sobradas referencias que me llegaban en las distintas versiones, tanto de directivos como de pacientes: «Ese consultorio es de los mejores del municipio», «ella es muy responsable y tienen todo en regla», «a la hora que sea puedes molestarla, siempre está disponible». En fin, todos coinciden en que Marlen es una excelente médica e incansable trabajadora, con la ayuda incondicional de Graciela, su enfermera.

    De ello dan fe directivos y pacientes; entre los últimos, Normita, Juan, Teresa, José, Dania, Pablito y Cordero, el veterano dirigente partidista, entre muchos otros.

    Entre los triunfos callados, de los que evita hablar, se cuentan el no haber tenido muertes maternas entre la población bajo su atención, ni la de niños menores de un año ni en edad escolar, aunque ahora derrama lágrimas en silencio por las personas, por los vecinos que ya no subirán más la escalara a causa de la COVID-19.

    Marlen —sin acento— López Marzabal mira por encima del hombro, sentada en el balcón enrejado de su casa, donde trata de escapar de la COVID-19, enfermedad que le trajo el desasosiego, que la atrapó y aún no la ha dejado en paz. Uno, que la observa, se da cuenta: falta de aire, ojos brillosos…, «inapetencia y pérdida del gusto también. ¡Todavía!», comenta.

    Noble, pero osada y autoritaria, no deja de pensar en aquel mes de marzo que le cambió la vida, porque ganó el derecho a matricular en los camilitos, como llaman en Cuba a las escuelas militares Camilo Cienfuegos, donde llevaría una nueva vida, muy distinta a la de cualquier centro preuniversitario.

    —Me voy para los camilitos, le dijo a su mamá.

    Y Míriam, que no estaba preparada para tal decisión, frunció el ceño y cerró los ojos achinados, pero ya Marlen, osada y autoritaria, como les dije, no dio marcha atrás a la decisión de su vida.

    Los Camilitos la moldeó y le modeló el carácter. Allí aprendió el verdadero sentido de las palabras sacrificio y entrega sin límites.

    En aquella escuela tuvo el primer amor de estudiante, malogrado en aquellos años, recuperado tiempo después y convertido en su actual esposo, para mala fortuna, también convaleciente de la pandemia por estos días.

    Pronto comenzaron a llegarle nuevos retos: los estudios, la especialidad de Medicina General Integral, las misiones internacionalistas en la República Bolivariana de Venezuela y en Brasil, y la COVID-19, el más difícil de cuantos ha enfrentado y espera vencer, como los otros.

    Y se detiene en el asunto apremiante que es la enfermedad, en el reto que cuelga de los cronómetros, porque «se hace imperioso ganar tiempo para atender a los aquejados con la mayor rapidez posible; un descuido, una tardanza resulta fatal, tanto, que puede marcar el límite entre la vida y la muerte, en este escenario que va tornándose muy difícil y complejo».

    Si algo no entiende Marlen es que muchas veces las personas se creen inmunizadas cuando recibieron una sola dosis de vacuna, o dos, y después incumplen los protocolos sanitarios que, unido a las crecientes indisciplinas sociales y a las carencias de medicamentos, pueden traer consecuencias peores e irreversibles.

    El SARS-CoV-2 es traicionero y no siempre se sabe quién es el portador, quien puede tenerlo o dónde estuvo la persona que lo adquirió; incluso, aquella que te tiende la mano para ayudar puede tenerlo. Hasta con eso hay ser cuidadoso en esta especie de cachumbambé epidemiológico que pugna por visos de perpetuidad. 

    Ingresada en el hospital tendió la mano para que le pusieran varios sueros y, a la vez, con él, prendido a uno de sus brazos, ayudó a los demás galenos a atender a los pacientes ingresados por COVID, fiel al protocolo, porque «pueden faltar los medicamentos, pero no el deseo de ayudar a quienes padecen de esta pandemia demoledora. Uno se da cuenta de los momentos terribles por lo que pasa un enfermo de COVID cuando contrae la enfermedad.

    «Pese a todo lo exhausto que pueda estar el personal de la salud, no podemos cansarnos porque el cansancio sería como una derrota, como darles la espalda a quienes necesitan ayuda en el momento más difícil de la vida».

    Los días de ingresos le bastaron para ver y creer, porque dentro de un centro asistencial se viven escenas desgarradoras, desde la llegada de casos de urgencias, hasta la frase gemebunda de alguien que acompaña a un ser querido: «un médico, por favor, un médico, que se me muere».

    Médicos agotados por más de 16 meses de lucha, pero ahí, al lado de los pacientes, sin una sola queja por las horas robadas al sueño, por el hacinamiento imposible de evitar. «Al final, todavía hoy en Cuba se salvan más personas que las que mueren, pese a las carencias de medicamentos y del bloqueo yanqui, insostenible y terco.  Y eso da motivos para la reflexión, para saber que no todo está perdido. Yo vi las dos caras, la de la vida y la muerte, como paciente y como médico. Por eso, desde mi puesto de trabajo, jamás pondré reparos en ofrecer mi mano en esta batalla, que es de todos».