La imagen de la palabra

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    Héctor RodríguezEl método no es muy aconsejable, mas, esta vez, me arriesgué: —Mire, yo no me cuento entre sus admiradores, pero desde hace mucho tiempo quiero entrevistarlo.

    —Si eres de la gente que no me quiere, acepto. —El duelo lo pactamos para el próximo día.

    En el béisbol muchos lo acusan de ser un apasionado de los equipos de la capital. Incluso, cualquiera que lo escucha puede darse cuenta de esa afirmación. ¿Realidad o infundió?

    —No soy habanista, ni tampoco estoy contra La Habana. Me niego a ser antihabanista. No lo acepto de ninguna manera. Quienes viven allá no tienen otra etnia. Y si fueran de otra etnia tampoco sería antihabanista.

    He visto con amargura cómo algunos equipos se dejan derrotar para que industriales ocupe tal o más cual lugar, como si esa parte del territorio nacional fuera autónoma o de otro país. A la capital llegué muy joven y me abrió los brazos. Allí aprendí mucho. No sé por qué muchos fanáticos del deporte quieren que esa ciudad estalle.

    ¿Qué sucede? Como ese sentimiento es casi generalizado, cuando uno habla de determinados peloteros (Germán, Padilla, Vargas…) creen también que es porque yo soy de la capital. Nada más alejado de la verdad.

    Pero bueno, eso forma parte del folclor nuestro. Ocurre como un fenómeno social que fue heredado del capitalismo. En aquel sistema, todo el desarrollo se concentraba en la capital.

    En cualquier país la gente se solidariza con el más débil. Eso sucede en el fútbol, en el béisbol y en otros deportes. Los conjuntos de las grandes ciudades tienen muchos detractores.

    Cuando salí de Ciego de Ávila era un ferviente camagueyano porque viajaba con ellos. Iba a los entrenamientos y hasta dormía en los mismos albergues. Y eso, lógicamente, establece reglas de simpatías. Todo eso se me fui quitando y ahora veo las cosas con mayor objetividad.

    Aquí en mi Patria no tengo equipos preferidos, aunque en el extranjero le voy al cubano ciento por ciento.

    —¿La actual estructura de la Serie Nacional de Béisbol?

    —Me gusta, solo que la cantidad de juegos debe ser mayor

    —¿Su mejor narración?

    —Cuando en el año ’76, desde un estudio en Ciudad de La habana, describí la carrera de Juantorena. Corrí junto a él y terminé desfallecido.

    —¿Qué no le gustaría recordar?

    —Cuando fui a los Juegos Olímpicos de Barcelona, en 1992, y no trabajé porque casi no podía hablar. Hice un gran esfuerzo, pero todo fue en vano. Desde entonces fumo un poquitico menos.

    —¿Autobiografía?

    —Prefiero no hacerla, pero bueno, soy optimista, mesurado, genioso en ocasiones, y acepto cualquier crítica, siempre y cuando me ayude. Algunas ni las oigo.

    —¿Dicen que es adicto a las bebidas alcohólicas casi desde que nació?

    —No tanto. Me gustan, pero no me dominan. Puedo estar sin beber el tiempo que se me antoje. Cuando trabajo ni las huelo.

    —¿Hijos?

    —Tengo uno de 25 años que nació en la ciudad de Ciego de Ávila. Es ingeniero civil y se llama igual que yo.

    —Desde su óptica de habanero, ¿cómo recuerda a Ciego de Ávila?

    —No, no soy habanero. Soy avileño y tengo recuerdos muy lindos de este pueblo y de la calle Bembeta, casi en la esquina a Abrahan Delgado, donde nací y me crié. También me vienen a la mente las jodederas en el parque Martí hasta bien entrada la madrugada.

    De mi calle recuerdo con vehemencia los juegos de pelota; a Valentín, el negro zapatero que murió hace unos años; al limpiabotas de la antigua Casa Ávila. Nada se me ha olvidado ni se me va a olvidar. Esas imágenes las tengo claritas.

    —¿Oye música?

    —Disfruto la buena música

    —¿Tiene enemigos?

    —Enemigos profesionales tal vez tenga algunos. Enemigos políticos tengo muchos.

    —¿Lo han conminado a desertar alguna vez?

    —Directamente, no. Me han propuesto trabajar en otros países por varios meses. No he aceptado porque no imagino las secretas intenciones que pudieran esconderse tras eso. Además, soy muy apegado a mi familia y me cuesta trabajo salir por mucho tiempo. No estoy en contra de los que lo hacen, pero sí de quienes tratan de ir al extranjero para burlar las carencias actuales.

    —¿Cómo recuerda a Bobby Salamanca?

    —Como lo más grande del mundo. Es un recuerdo perenne. Era mi amigo, mi yunta, como se dice en buen cubano. Sentí muchísimo su muerte. Tenía el don de ser, al menos para mí, —y lo digo sin pasión— un comentarista y un periodista fuera de serie, con una agudeza increíble.

    La muerte le dio un gran golpe y lo hizo desaparecer demasiado rápido, en el justo momento en que ya había alcanzado su madurez profesional. La vida se comportó mal con él. ¡Hay golpes tan duros!, como dijo el poeta.

    —¿Habla el idioma inglés?

    —Lo suficiente para entender y que me entiendan.

    —¿Le gusta seguir el béisbol profesional?

    —Al dedillo, incluso, el de Japón. Recibo muchos materiales que hablan de esa pelota y puedo decirte que aquí en Cuba hay más de 100 peloteros que tienen condiciones para imponerse en esas ligas.

     —¿Qué es lo que más le gusta narrar?

    —Baloncesto y pelota.

    —¿Y usted sabe mucho de pelota?

    —Je, je, je.

    —Héctor, ¿cree que es la persona más ideal para conducir una de las partes del programa televisivo Hoy Mismo?

    —El ideal no. Realmente pienso que otros pudieran hacerlo mejor, por qué no. Lo que ocurrió fue que después de la experiencia de los Juegos Panamericanos celebrados en La habana en el ’91, me propusieron hacer un programa con pocos recursos y personal. Me gustan los retos y acepté. Quiero que sepas que para mí este es el reto más grande desde que trabajo en televisión. Estoy en la picota de millones de gente. De las que me quieren y de las que, como tú, no me soportan.

    —¿Ha hablado con Fidel?

    —Unas cuantas veces.

    —Discúlpeme por venir sin cuestionario.

    —Eso me gusta. Yo soy igual. No soporto los cuestionarios. Si el tema es muy complejo, hago anotaciones. Soy contrario al academicismo, más en el periodismo, porque pienso que es  un oficio, no una profesión.

    Chico, ahora se me ocurre una pregunta: ¿Tú eres de aquí de Ciego de Ávila?

    —Sí.

    ¿Dónde naciste?

    —En la calle Bembeta, muy cerca de donde usted nació y dio sus primeros pasos.

    —¡Coño, aunque no seas admirador de mi persona, de ninguna manera tú puedes ser mi enemigo!