Garrido: más de seis décadas detrás del mostrador

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Muchos como Garrido, un hombre con más de seis décadas dedicadas al Comercio, prestigian el sector. A través de él, el homenaje a los trabajadores del ramo este cuatro de febrero, día del sector del Comercio y la Gastronomía.

Si usted llega a la bodega número 94, La Central, en la ciudad de Ciego de Ávila y pregunta por Rafael, todos, menos una persona, abrirán los ojos y se encogerán de hombros. 

Y es que todos, meno esa persona, desconocen que Rafael dejó de ser Rafael para convertirse en Garrido cuando tenía unos 13 años de edad. «Ve a la bodega de Garrido» o «la leche del niño irá a la bodega de Garrido», le dirán en el Registro de Consumidores, conocido como Oficodas. «En la bodega de Garrido hay salfumán» Y así: Garrido para aquí y Garrido para allá.

Y hasta yo caí en la trampa: «Garrido, dígame su nombre y su segundo apellido», le dije cuando acudí para el presente intercambio.

«Yo no soy Garrido. Me llamo Rafael Quesada Gómez». Y tan conocido por mí, pensaba yo, porque es, precisamente, dependiente en la bodega donde hasta hace poco acudía a buscar los mandados del mes.

—¿Y lo de Garrido?

—Ese nombre me lo pusieron porque antes del triunfo de la Revolución, cuando tenía 13 o 14 años, comencé a trabajar en una bodega donde el dueño le llamaban Garrido. Y hasta los días de hoy.

—¿Entonces, Rafael o Garrido?

—Garrido.

—A usted le gusta sonreír. Es más grato y más saludable la risa que la mueca. ¿Por qué le agrada estar detrás del mostrador?

—Es lo único que he hecho en mis 75 años de vida. Estoy acostumbrado a tener mi bodega bonita, que el cliente se sienta complacido. Lo trato bien, para que se vaya satisfecho.

—Cuándo el cliente se acerca, ¿cuál es su primer pensamiento?

—Nadie viene a la bodega por gusto, a divertirse. Lo hacen por alguna necesidad: a buscar los mandados del mes, el pan, la leche… A uno le toca brindarle lo que tiene, y como dice Chaplin, una sonrisa no cuesta nada.

—¿A qué hora llega a la tienda?

—Yo trabajo todos los días, incluidos los domingos. El carro que trae la leche pasa por la casa a las tres y media o cuatro de la mañana. Yo lo espero levantado y salgo con ellos a recibirle la leche. Regreso a la casa y a las cinco y media o las seis comienzo a repartir la leche.

—¿Y todo su público es amable, como usted?

—Un por ciento grande sí. Yo tengo 230 núcleos y los conozco a todos. Claro, hay algunos… Uno prefiere la gente educada, que sepa comportarse. Siempre he pensado que el cliente tiene prioridad, porque es quien tiene la necesidad y gasta el dinero; y el comercio es ciencia y arte. Y la ciencia y el arte engendran comprensión y amor.

«Hay quienes piensan que uno le hace un favor al cliente, que él depende de uno y no es así, porque el cliente es un ciudadano como cualesquiera y uno es un trabajador que cumple con el horario laboral en ese momento y debe servirle».

—¿No haces distingos entre tus clientes, entre los amigos?

—No tengo favoritismos. Si veo una embarazada o una mujer con un niño, sí le despacho, no importa que tenga que hablar con los de la cola. Además, si distingues a un cliente o amigo, en otras tiendas harán lo mismo con otros y mi amigo tendrá que esperar. El tiempo que ganó en mi bodega, lo perderá en otro lugar.

—¿El cliente siempre tiene la razón?

—Sí la tiene. Y esa máxima uno debe tenerla clara. La razón, pero sin faltas de respeto.

—¿Y cómo se ha sentido usted cuándo no está del lado interior del mostrador?

—A veces, en la calle, en la terminal, en otros lugares te encuentras cada cosa, cada violación, pero prefiero no hablar, por ética.

—¿Cuáles son los defectos principales que ve a su alrededor en el sector del Comercio, la Gastronomía y los Servicios?

—Difícil contestar. No olvides que uno es trabajador del Comercio. Pienso que el principal problema es que algunos entran a trabajar al sector de la Gastronomía, en lo fundamental, sin gustarle lo que hacen. La falta de cultura, que ni buenos días dicen. Te encuentras a personas que no usan ni uniforme y otros andan mal vestidos y desarreglados. A veces se equivocan en el vuelto. La cuenta está mal sacada y siempre a favor de los de casa. Vas a las unidades y faltan vasos y otros utensilios. Y por otra parte: hay que estimular al que trabaje bien.

—¿Y cuándo usted se jubilará?

—Ni yo mismo sé. Varias veces he dicho: el año que viene me retiro, y comienza el año y yo sigo en la tienda. Es que me siento fuerte, no me duele nada. Lo importante es que no le cedo terreno a la vejez y no he perdido amor por el oficio que desempeño desde hace más de 60 años.