Cuando Alfredo Gutiérrez Lugones cayó fulminado por más de 30 balazos apenas tenía 20 años de edad. Antes había sido torturado con saña por los esbirros que no lograron que de sus labios brotara una sola palabra. Era el 9 de febrero de 1958. La tierra santiaguera acogía en su seno, orgullosa, la sangre del joven patriota.
Quienes tuvieron el privilegio de verlo crecer, de compartir alegrías y desventuras, sueños e ilusiones, apuntan que era educado, decente, valiente hasta la temeridad; acérrimo defensor de causas justas, vibrante ante cualquier injusticia.
Esas y otras cualidades colmaron el acogedor patio interior del Archivo Histórico Brigadier José Gómez Cardoso, en la ciudad capital de la central provincia cubana de Ciego de Ávila, donde se dieron cita, convocados por la historia, varios de sus hermanos, compañeros de luchas e ideales, dirigentes políticos, representantes de instituciones y de la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana, para compartir una jornada plena de recuerdos sobre Alfredo Gutiérrez Lugones.
Antes, en el parque que lleva su nombre desde el 5 de febrero de 1960, al bajar el Puente Elevado, también retornaron al presente distintas facetas de la vida y obra del revolucionario avileño.
Como parte del tributo, Reinaldo, uno de sus hermanos, leyó apuntes biográficos del mártir.
Además, quedó abierta al público una exposición de fotos personales, de las cuales una treintena pasó a formar parte de la fototeca del Archivo, gracias a una donación familiar que incluyó fotocopias de documentos, recibida por la Máster Mayda Pérez, directora del Archivo; y fue expuesta la bandera del Movimiento 26 de Julio que cubrió el féretro que contenía sus restos cuando fue velado aquí en Ciego de Ávila el 8 de agosto de 1959.
Valiosos testimonios fueron expuestos por vez primera, como el de Roberto León González, compañero de las luchas estudiantiles, quien narró la ocasión en que Ricardo Pérez Alemán le comunicó que le iban a dar a Alfredito el carné de alumno del Instituto de Segunda Enseñanza para que lo amparara en caso de que fuera detenido.
Porque el Flaco Gutiérrez, como le decían dada la delgadez extrema y su elevada estatura, no era estudiante de ese centro, fragua de revolucionarios, pero siempre estaba al lado de la juventud en todas las actividades contra el régimen del dictador Fulgencio Batista. "Salíamos del Instituto y cuando uno menos lo esperaba él cogía los latones de basura, las sillas metálicas del parque y los tiraba para la calle. En ese medio, él y Roberto Rivas Fraga eran temerarios. Recuerdo que yo conseguí un cartucho de cohetes, y él me dijo: 'Yo los pongo'. Era un domingo. Y así lo hizo. Aquello parecía que era una ametralladora tirando."
Everildo Vigistaín Morales, otro de los veteranos revolucionarios, apuntó lo audaz que era el Flaco. "Una vez lo sorprendieron a él y a Robertico Rivas, que se proponían quemar una casilla de ferrocarril y sin pensarlo dos veces le dijo a los policías: 'Huélanme las manos para que vean que no hemos hecho nada'. Y los soltaron a los dos.
También narraron anécdotas Israel Romero Yánez, más conocido por Pacheco, quien fue compañero de estudios de Alfredo en la Enseñanza Primaria, y Albadio Pérez Segura, entonces de la dirección del 26 de Julio, entre otros.
A manera de resumen Israel Sosa, miembro del Buró Municipal del Partido, catalogó como excelente la forma en que fue recordada la imagen viva de Alfredo y cuánto significaba el ejemplo legado por el revolucionario para las nuevas generaciones de trabajadores y estudiantes, sobre quienes recae la responsabilidad de mantener la continuidad de la Revolución y el recuerdo de sus mártires.
En su corta, pero fecunda existencia, el joven Alfredo Gutiérrez Lugones supo ponerse del lado de los que aman y fundan; se entregó de lleno a la lucha revolucionaria, en la que hizo derroche de patriotismo, valentía y temeridad, que tuvo su clímax con la incorporación al Ejército Rebelde en noviembre de 1957. Participa en los combates de El Salto y Veguitas; también funge como mensajero.
Aquejado de una hernia, es licenciado por el Comandante en Jefe Fidel Castro y lo envían para Santiago de Cuba, con indicaciones de buscarle trabajo en lo que pudiera ser útil. Es detenido el 8 de febrero a causa de una delación. Su cadáver, con muestras visibles de tortura y acribillado a balazos —entre 30 y 40 impactos—, es hallado en la Avenida Yarayó. En el entierro solo permitieron que asistieran los familiares y algunas mujeres.
El 8 de agosto de 1959 sus restos fueron trasladados a Ciego de Ávila, velados en el Aula Magna del Instituto de Segunda Enseñanza, y enterrado al día siguiente. Despidió el duelo el entonces capitán del Ejército Rebelde Roberto León González.