La COVID-19 se asemeja al cuento de la Buena Pipa. ¿Lo recuerdan? Una historia interminable, capaz de exasperar. En un año y tres meses la nación cubana ha destinado más de 300 millones de dólares a la lucha contra la pandemia, cuyos reiterados azotes acentúan la crisis sanitaria, desencadenante de la agudización de los problemas económicos y sociales.
Como dijera un amigo, nada es casual, sino causal. Son múltiples los motivos de reiterados tropiezos con la misma “piedra”, aunque cuatro destacan por su connotación: la escasa percepción de riesgo, los desacatos a los protocolos higiénico-sanitarios y las medidas restrictivas, la baja calidad de la pesquisa y la recogida tardía de contactos sospechosos.
El segundo rebrote de la enfermedad, matizado por una evolución en las complejidades del virus (presencia de nuevas variantes que inciden en una alta transmisión y contagiosidad), ha puesto al descubierto el insuficiente rigor en la aplicación de las leyes vigentes, principalmente el Decreto Ley 31/2021, destinado a frenar las indisciplinas y otras conductas que rebasan ese término, lo cual favorece un ambiente de desorden e impunidad.
No lo digo yo, es un reclamo expreso en las calles, los barrios y las redes sociales, donde las personas se muestran alarmadas ante el progresivo incremento de la enfermedad y el relajamiento social en ciudades como Ciego de Ávila y Morón, donde persisten concentraciones de personas en lugares públicos y han surgido eventos en centros laborales, reflejo de violaciones de protocolos y el desaprovechamiento de las posibilidades para promover el teletrabajo y trabajo a distancia.
El contexto actual exige mantener la observancia del cumplimiento de las medidas en las áreas céntricas, sin descuidar lo que ocurre en las zonas periféricas y los barrios, donde continúa la circulación de personas sin nasobuco, la celebración de fiestas, la ingestión de bebidas alcohólicas y otras conductas reprochables e inconsecuentes con los esfuerzos que se realizan en el país para contener el virus.
No es esta ―aclaro― una labor exclusiva de las fuerzas del orden interior, tienen una gran cuota de responsabilidad el resto de las autoridades, las organizaciones políticas y de masas, y los servicios de atención primaria de salud.
El arreciamiento de las medidas en los lugares más visibles y la aplicación de cuarentenas, no resolverán las complicaciones mientras continúen las indisciplinas fronteras adentro, consecuencia, también, de la falta de organización en los servicios públicos, fundamentalmente el comercio de productos de primera necesidad.
La repartición de turnos para acceder a determinadas prestaciones y el acercamiento de las ventas a los consejos populares son experiencias positivas que pudieran generalizarse para disminuir la movilidad de las personas y satisfacer sus demandas en condiciones más seguras.
Indispensable resulta la desinfección de los vehículos y realización de pesquisas (al menos la toma de temperatura) a quienes acceden a las ciudades en cuarentena, prácticas frecuentes durante el primer brote, sin embargo, desestimadas con posterioridad. Los puntos de control no deben constituir solo una barrera para el paso, sino el lugar donde se ejecuten medidas higiénico-sanitarias que contribuyan a minimizar los riesgos.
En la provincia también se reiteran dificultades con la realización de las pesquisas que, al decir del doctor Ángel Batista Díaz, director provincial de Salud, tiene que ser más activa y profunda, con la cooperación del pueblo. No se trata solo de alcanzar elevadas cifras, sino de lograr efectividad en la detección de síntomas que permitan brindar una asistencia médica oportuna y reducir la propagación del virus.