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    De Fidel… a los intelectuales

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    De Fidel…  a los intelectuales

    Sesenta años han transcurrido desde aquel histórico intercambio de Fidel con un grupo de intelectuales (16, 23 y 30 de junio de 1961), en un ambiente que Nicolás Guillén, Alejo Carpentier, Alfredo Guevara, Miguel Barnet y otras personalidades recordarían para la posteridad como de total transparencia.

     

    Lo analizado por el máximo líder de la Revolución cubana allí ha devenido pauta no solo para quienes hacen literatura, sino también para quienes ejercemos la insustituible labor de informar.

    Así, estas líneas evocan aristas de aquel discurso final que ha pasado a la historia como Palabras a los intelectuales.Si no lo hacía Fidel, con su proverbial transparencia, seguramente lo harían de forma turbia, ponzoñosa y solapada, los partidarios de la desunión, los que en verdad no parecen haber nacido para las verdades…

    Bien sabía el Comandante en Jefe que a una parte de la intelectualidad le preocupaba la libertad para la creación artística. Dentro y fuera del auditorio había quienes temían que la Revolución pudiera sofocar el espíritu creador de  escritores y artistas, ahogar esa libertad, en particular la de contenido en la expresión del arte.

    No sé si algunos ignorarían aún la visión de nuestro máximo líder. Solo sé que, tras calificar la discusión como instructiva, amena y más apta para aprender que para enseñar, fue cristalino al expresar:

    “Permítanme decirles en primer lugar que la Revolución defiende la libertad, que la Revolución ha traído al país una suma muy grande de libertades, que la Revolución no puede ser por esencia enemiga de las libertades…”

    Por ello consideró innecesaria y sin razón de ser la preocupación acerca de que el proceso revolucionario fuese a asfixiar al espíritu creador.

    “…el campo de la duda —dijo— no queda ya para los escritores y artistas verdaderamente revolucionarios… queda para los escritores y artistas que sin ser contrarrevolucionarios no se sientan tampoco revolucionarios.”

    La Revolución no puede pretender asfixiar el arte o la cultura, cuando una de las metas y uno de los propósitos fundamentales es desarrollarlos, precisamente para que lleguen a ser verdadero patrimonio del pueblo, enfatizó.

    A seis décadas de aquel momento, puedo imaginar el silencio en la sala de la Biblioteca Nacional, plumas y bolígrafos tratando de tomar apresuradas notas, cabezas asintiendo sin notarse a sí mismas en ese comprensivo movimiento.

    Fidel sumaba, poco a poco, solo con la verdad, solo con la palabra, solo con los argumentos, hasta a quienes quizás habían llegado allí más mordidos por la tendencia a restar o a dividir que amultiplicar.

    Su discurso fue un estacazo contra el desaliento, contra la duda, contra el pesimismo.

    “Creo que sin ser optimista no se puede ser revolucionario —reiteró— porque las dificultades que una Revolución tiene que vencer son muy serias.  ¡Y hay que ser optimistas!  Un pesimista nunca podría ser revolucionario”.

    De igual modo, sin un ápice de condena, lamentó la oportunidad perdida por quienes, pudiendo ser protagonistas de los cambios revolucionarios aquí, preferían “sumergirse en las entrañas del monstruo imperialista”, convertidos en “prófugos y desertores de su patria”.

    “En cambio ustedes —subrayó— tienen la posibilidad de ser más que espectadores: de ser actores de esa revolución, de escribir sobre ella, de expresarse sobre ella”.

    Sesenta junios han girado sobre Cuba desde aquel diálogo en el que, como también observó Fidel, sobró espacio para expresar y defender puntos de vista divergentes con entera libertad.Por generaciones, ha quedado, en zumo, una frase: Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada.

    Tampoco fue tan sintética. En el discurso, prosigue así:

    “Contra la Revolución nada, porque la Revolución tiene también sus derechos; y el primer derecho de la Revolución es el derecho a existir.  Y frente al derecho de la Revolución de ser y de existir, nadie     —por cuanto la Revolución comprende los intereses del pueblo, por cuanto la Revolución significa los intereses de la nación entera—, nadie puede alegar con razón un derecho contra ella.  Creo que esto es bien claro”.

    Junio de 2021. ¿Quién dice que Fidel ya no está?

    Creadores, artistas, periodistas, otros intelectuales llevamos, sin hacernos un inventario interno día a día, la esencia de aquellas palabras.

    Que ha habido y habrá desertores, ¿quién lo duda?  Que ha habido y habrá guerritas con reclutados que cambian dignidad por billetes, ¿quién lo duda? Que han emergido maestros y maestras en el arte de escribir con tan anfibológica y “modernista” técnica que su giro podría ser lo mismo para la izquierda que para la derecha: nadie lo dude.

    Pero son los menos y no componen verano. No es ese ni el periodismo, ni la literatura, ni el arte ni la cultura que nos sustenta como nación. Aun así, mucho olfato, tímpano, tacto y visión. Aunque pasen los años, las décadas, los siglos, aquella gran verdad dicha por el Che (“al enemigo ni un tantito así”) es gemela expresión de lo que desde la Biblioteca Nacional nos dijo, también a todos, Fidel… por ese primer, simple y extraordinario, derecho de la Revolución a existir.

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