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    COVID-19: Para no fallar

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    COVID-19: Para no fallar

     

    Un año después de que empezáramos a diseñar la desescalada y repitiéramos el mantra de “aprender a convivir con la COVID-19”, la mayor pandemia de este siglo todavía se resiste a dejarse dominar, aunque ya hay quien cree que la tiene en un puño. La verdadera victoria es, sin embargo, que los cautos seamos más.

     

    Las cifras de la última quincena en Ciego de Ávila justifican la flexibilización de las medidas restrictivas con las que se ha vivido por 18 meses de enfrentamiento. Hay números halagüeños que invitan a respirar mejor y a retomar cierta “normalidad”, no exactamente la misma de antes.

    Pero estaremos de acuerdo en que lo importante no son tanto las palabras, como sus implicaciones. ¿Qué significa flexibilizar medidas de contención en un contexto en el que el SARS-CoV-2 y su variante más contagiosa siguen circulando? ¿Qué es lo normal y qué lo nuevo en un escenario socioeconómico complejo, donde las colas persistirán (unas veces por demasiada demanda y otras por mala organización)? ¿Cómo mantener la tendencia al control y el decrecimiento de los contagios cuando el país reabra sus fronteras aéreas y marítimas, y aumente la movilidad?

    Mientras el sistema sanitario hace lo suyo, al resto de la sociedad le corresponde interiorizar de una buena vez que las vacunas protegen, sí, pero fallan cuando no las acompañamos de altas dosis de conciencia y disciplina. Si la provincia muestra una mejor situación epidemiológica, luego de rebrotes descomunales y mortíferos, es porque los inmunógenos cumplieron su parte. Claro que nos gustaría pensar que hicimos lo que se pedía, en cambio ahí no están tan claras las evidencias.

    Abdala y las soberanas no son infalibles, y muchísimo menos nosotros. Siempre hay un margen de error y toca reducir ese resquicio todo lo posible, porque no solo se escapan recursos y desvelos, también la vida. Habrá en lo adelante puntos neurálgicos, digamos escuelas repletas de muchachos con casi dos años de energías represadas, centros de trabajo de gran plantilla, hoteles de cara al turismo que tanta falta hace, pero que podría ser caballo de Troya si no le “auscultamos la panza”. Allí, en todas partes, nasobuco y desinfección de manos y superficies tendrán que ser apéndices, extensiones de cada cual, parte intrínseca del regreso si queremos que perdure.

    Convivir con restricciones no significa acostumbrarnos a que la enfermedad nos ponga en jaque cada dos o tres meses o nos robe gente querida, de a muchos o de a pocos. Más bien se trata de incorporar la higiene y los medios de protección en todos los ámbitos; desterrar el formalismo en el cumplimiento de lo indicado; cuidarnos y cuidar a los demás desde la responsabilidad y la plena conciencia.

    En ese rumbo, y sabiendo que la transmisión comunitaria persiste, conviene entender que el mundo, el país, la provincia, el barrio, no son los mismos, aunque lo parezcan, y que no estaremos a salvo de este ni ningún otro virus, de las epidemias del futuro, si no aprendemos las lecciones de este tiempo. No son pocas.

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