Si Misleydi hubiese querido maquillarse, le hubiera sobrado el tiempo. Suele levantarse entre las 5:00 y las 6:00 de la mañana y su esposo, como siempre, (le) hace el desayuno. Este sábado 11 de diciembre su reunión comenzaría sobre las 8:00, por eso sé que tiempo tuvo. Mientras él colaba el café ella se peinaba, de vicio…y de oficio, aunque luego estará preguntándose frente a la cámara de Invasor si lo habrá hecho bien. Duda, pide un retoque: “ay disculpen, estoy toda despeinada, miren a ver, ¿así?”
Es la única pose que se permite. Todo lo demás es tan natural que habla desde un tono bajo, aun cuando podría sentirse todavía en el estrado del que acaba de bajar siendo reelegida como Primera Secretaria del Comité Municipal del Partido en Venezuela. Misleydi Castillo Sánchez conversa, no se dirige a una periodista. Hay diferencia en ello y lo sabe, por eso sonríe si le pregunto por el desayuno.
—¿Lo hace siempre o sólo hoy por ser un día especial?
— No sólo el desayuno, él es quien cocina siempre, no sabía y tuvo que aprender, a mí no me alcanza el tiempo. Mi hija ya tiene 18 y estudia en el Pedagógico, mi mamá es quien lava el fin de semana, que son los dos días que aprovecho para recorridos. Si mi familia no me apoyara, yo no sé qué me haría.
“Es que entre semana surgen muchas cosas y después de las 5:00 de la tarde trato de aprovechar el tiempo para estudiar documentos, preparar algunas cosas. Eso sí, los domingos en la tarde descanso”.
—¿Y en ese ratico no apaga el celular o lo pone en vibrador, al menos?
—(Sonríe) No, no puedo. ¿Y si pasa cualquier cosa?, responde ella con otra pregunta.
Podría pasar: Misleydi es la muestra en sí misma. Es cierto que cuando asumió su cargo ya venía de estar tres años en la esfera ideológica, de otros cuatro como funcionaria, de dirigir el combinado deportivo y de una maestría en Actividad Física Comunitaria, pero ella nunca pensó que del deporte fuera a dar ese salto. No tenía una carrera preconcebida que apuntara a la dirigencia partidista. No esperaba que sucediera.
Y hoy, que no sólo la tiene, sino que la (re)tiene, se empeña en mantener algunas cosas intactas. Su esposo sigue siendo el barbero del pueblo, el que puede darse el lujo de cocinar, porque ella no tiene el lujo del tiempo. Su casa, el apartamento del cuarto piso, y su pose, naturalmente, la de una mujer sin pose.
Las preocupaciones y los cambios van en otra dirección. La entrega de leche, por ejemplo, la desvela. Hasta ahora la brucelosis del ganado no ha enfermado a nadie, pero el riesgo la mantiene alerta; del mismo modo que el descontrol que ha existido en la masa ganadera. “Ahora se está haciendo para lo que realmente está en los potreros”, admite consciente de una operación inversa que ha agudizado los incumplimientos de un sector que debe sortear, además, el mal estado de los caminos.
Hace 14 años, el Proyecto Endógeno fue una realidad y el financiamiento de Venezuela (país) ensanchó las arcas del municipio, y esos caminos se arreglaron. Se compraron guaguas, 20 máquinas de riego para la Agricultura, maquinarias para la preparación de tierra, se arreglaron los mercados, se impulsaron inversiones en la cultura…
Sin embargo, el tiempo, obviamente, también pasó por Venezuela, y mucho de lo de entonces tiene que ser retocado, sin que exista ya presupuesto foráneo y sí estrecheces que no permiten el milagro de resolver pendientes acumulados.
Por suerte, la pesca, uno de los imprescindibles, sale a flote con una nueva planta de hielo, embarcaciones reparadas y cambio de estructura. “Allí se respiran otros aires, aunque todavía tienen que diversificar sus producciones”, confiesa la Primera Secretaria.
Mientras, CubaSoy, empresa insignia del territorio, con un vaivén incomprensible en su organismo rector, sigue empleando a casi 2 000 venezolanos. “Al final, eso sí es invariable, da igual si la dirige Agricultura o la FAR; la gente sigue aportando y se beneficia no sólo con empleo, pues hoy existen mejores relaciones y CubaSoy ha resuelto otros problemas en la comunidad de Sanguily”.
Sin tiempo para recrear el acontecer del municipio, que es de alguna manera el de su vida, Invasor pone en pausa las palabras de Misleydi. Ella, quizás, hubiera accedido a más tiempo si no tuviese varios invitados afuera, esperándola; o al suegro, delegado a su misma Asamblea, con una presión arterial tan descontrolada que lo obligó a abandonar la sala e ir al médico; o si no estuviera ajena al teléfono “con una pila de llamadas seguro, porque no lo entré a la reunión. Debo tener como 20”.
—Y seguro 15 de esas son de su esposo, ansioso por saber si usted sigue en el cargo. (Bromeo)
Y ella carcajea más natural de lo que ya parecía.