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    Esta historia no tiene nombre

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    Esta historia no tiene nombre

    En casa feliz, con su hija Lorena que todavía no quiere “destetarse”. Fotos: Alejandro García

     

    Cuando en Ceballos supieron que Yarisnelis sería madre por cuarta vez debieron haberla juzgado más de la cuenta; lo menos que deben haber pensado, los que no se atrevieron a decirle, era que ella estaba ¡loca! ¡Y más en medio de esta situación!, rumiarían las indiscretas para quienes dos hijos ya completaban el cuadro familiar.

     

    Ella había tenido dos varones de un anterior matrimonio y la tercera hija había llegado por esa idea tan romántica como real de que los hijos afianzan el amor. Yarisnelis y Leonardo lo consintieron y nació Lorena, hace tres años.

    La tuvo con 26, sintiéndose una mujer fuerte, y después de un parto a sus 15 y otro a los 17. Todo en su vida parece prematuro.

    Pero de todas las cosas que han llegado temprano, la historia de la casa donde nos recibe se lleva el récord de lo inesperado e increíble. 11 días entre una cosa y otra. ¡11 días! del dicho al hecho. Menos de 30 semanas en los ojos de las autoridades de Salud.

    Ahí empezó todo; asistió a la consulta para la captación de rutina y entre las interrogantes estuvo la cantidad de partos o cesáreas y el estado constructivo de la vivienda. Entonces creyó que aquello era lo que suele ser: el llenado de una “historia clínica” que queda en historia.

    Con tres hijos y una casita tan pequeña en la periferia de Ceballos, donde ni una cuna tenía cabida, ella engrosó la lista de madres vulnerables, por más que fuera auxiliar pedagógica en la escuelita primaria y su esposo Leonardo, custodio en la cayería norte. Entre los dos no llegan a 5 000.00 pesos de salario y esa estrechez le hizo pensar que podía merecer ayuda económica.

    Fue la única vez que acudió a algún lugar, “haciendo uso” del cuarto hijo que le crecía en el vientre. Los trabajadores sociales le dijeron que su caso no procedía. Denegada. Resignada a no poder reunir para tener algún día un refrigerador, a no tener cómo comprar parte de la canastilla, aunque algo heredó de Lorena, a continuar durmiendo tres en una cama, a seguir viviendo como vivía.

    Esta historia no tiene nombre

    Aquí posa con su hija “sin nombre”, la pequeña Lorena y Cristian, de 13 años. Cristopher había salido con su padre y Leonardo trabajaba. Por eso la familia estaba incompleta

    Hasta que el 13 de diciembre los trabajadores sociales fueron a su casa, a decirle que estuviera lista, que “las autoridades de la provincia y del municipio irían a visitarla para darle una casa”. Por supuesto que ella no creyó que algo así ocurriera y menos a los 11 días de aquel anuncio.

    “Es que dicen, dicen y dicen, y uno…”, se disculpa ahora por un descrédito razonable: “Nadie espera que le regalen una casa así, tan buena y en tan poco tiempo. Todavía no me lo puedo creer, a veces pienso que esto es un sueño”.

    Si lo cree es porque esperanzas no tenía; ni siquiera ilusiones. Hubiese tenido que estar más de ocho años sin tocar un quilo de su salario para llegar a los 300 000.00 pesos que costó el apartamento, mientras que con los 2 300.00 que gana su esposo cada mes hubieran tenido que mantenerse los seis. Imposible.

    Por suerte ese es ya un cálculo en desuso que nunca sacó. ¿Para qué? La vaga idea que tenía era que a las madres en su situación les construyen, a veces, una casa o les reparan la que tienen; y eso, sabía, no sucede de un día a otro. Tampoco ella había ido a insistirle a nadie, ni a quejarse al Gobierno ni a pedir despachos, enviar cartas o gardear funcionarios para volverse demasiado visible. Su caso era, aparentemente, desconocido. Solo rezaba allí, en su historia clínica.

    También por eso respondió sin mucho aliento todo lo que le preguntaron y se olvidó un poco de aquel día, hasta que una semana después Graciela Condú, directora municipal de la ViviendaEsta historia no tiene nombre

    En la cocina de su apartamento. “Nunca pasó por mi mente algo así, no sé ni cómo agradecer por tanto, esto no tiene nombre”, dice, segundos antes de mirar a la cámara

    El 23 de diciembre, a las 12.00 del día, y en medio de una multitud de vecinos, cámaras y protocolos, Yarisnelis abría la puerta. Venía repitiéndose que no podía emocionarse, que le subiría la presión y tenía que cuidarse si quería disfrutarla, pero cuando entró todo fue en vano: se quedó literalmente sin palabras. No pudo hablar.

    “Los nervios, supongo”, reía un 28 de diciembre, cuatro días después de haberse mudado.

    ¿Cómo se gestó la entrega?

    Graciela Condú habla por el municipio cabecera, aun cuando sabe que en toda la provincia hay historias similares, gracias a un acuerdo del Consejo de Ministros que el 20 de mayo dejaría clara las facultades: “Los consejos de la Administración municipales pueden comprar viviendas de propiedad personal, hasta un monto de trescientos cincuenta mil pesos cubanos, por conducto de las direcciones municipales de la Vivienda, con el fin de destinarlas a las madres, padres o tutores legales que tengan bajo su guarda y cuidado tres (3) o más hijos de hasta diecisiete (17) años”.

    Con tales prerrogativas resultaría expedito el camino, amén de que “en el municipio cabecera se beneficiaron solo tres, pues Ciego y Morón han sido los más difíciles; podemos llegar solo hasta 350 000.00 pesos y no siempre aparecen viviendas en buen estado y a ese precio. Hemos logrado comprarlas en el reparto Rivas Fraga, en el Plan Piña y en Ceballos”, comenta.

    Ernesto Herrera Pérez, subdirector técnico de la Dirección Provincial de la Vivienda, da cuentas de que en total han sido favorecidas 85 familias, entre junio y diciembre, con los 25 millones destinados en el territorio para esa política demográfica. Sabe que tal monto (350 000.00) no ofrece las mismas posibilidades en Bolivia que en Ciego de Ávila, y que no se ha tratado, por tanto, de una cuota fijada por municipios.

    El impacto, no obstante, se ha esparcido por toda la provincia, sobre todo si decimos que en 2020 solo se beneficiaron 39 madres en semejante situación. En 2021 serían más del doble y las razones dejan la evidencia del por qué: asignar recursos, adquirirlos, levantar el hogar, terminarlo… es un proceso mediado por tantos vericuetos que no siempre es posible emprenderlo y concluirlo el mismo año.

    Y a Yarisnelis le tomaron 11 días habitar una promesa, dejar de pertenecer a esas más de 500 madres vulnerables que hoy existen en el territorio, según admitiera Inty Reyes Hernández, coordinador de programas y objetivos de la Construcción, en el Consejo de la Administración Municipal de Ciego de Ávila.

    Todavía, insiste ella, no se explica cómo pudo tener tanta suerte. Le dice suerte a lo que le ha pasado, aun cuando al principio muchos debieron haber dudado de que fuera precisamente eso lo que tuviera.

    “Yo me cuidaba, pero hubo un momento en que no había ni condones ni pastillas ni manera de ponerse un anticonceptivo y, cuando vine a ver, estaba embarazada”, confiesa, sin lamentarse de traer al mundo a la hija que le nacerá en febrero.

    Ha tenido que reajustarse, una vez más. Si algo ha podido demostrar ella es que, aun con la ayuda de su esposo, y del padre de sus dos hijos, estar a cargo de tres niños de 13, 12 y tres años ha sido desgastante, aunque su trabajo de madre debe alternarlo con el de “seño” de tercero y cuarto grados. Tal responsabilidad la ha obligado a superarse. “¿Te imaginas que yo pierda mi trabajo?”.

    La pregunta es retórica. Cuando Yarisnelis salió embarazada de su primer hijo abandonó los estudios, luego no se resignó al noveno grado y alcanzó el doce, después pasó el curso y se hizo auxiliar pedagógica; y ahora que le dijeron que tiene que licenciarse para impartir docencia, ya está pensando en la licenciatura.

    Su vida es de alguna manera la metáfora perfecta de un vientre. Se estira, se adapta…

    Se repite una y otra vez que lo de ella “no tiene nombre”, no sabe cómo definir este suceso en su vida y, para no desentonar, sonríe y aclara que tampoco tiene nombre para la hija que está por nacerle.

    “Hay tiempo todavía, mija”, me tranquiliza, como si el tiempo no fuera lo más relativo del mundo.

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