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    Vanier Reyes y la décima corona: un acto de justicia

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    full vanierPulsea como fiera acosada y gana rebotes; gana el doble, el triple o más de los que pierde. Es difícil verle con cara asustadiza o de búfalo enjaulado. Se mueve de un lado a otro del tabloncillo a la velocidad que le permiten las más de 200 libras y las rodillas, que siguen acompañándole como el primer día.

    Pocas veces, nunca, para ser más exacto, he oído decir que está lesionado o indispuesto.

    Sube, baja; vuelve a subir y bajar con el mismo paso cadencioso y el tabloncillo crujiendo bajo sus pies. Es difícil verle alterar el ritmo; el de andar y el del corazón, porque los dos juegan juntos, sin miedo, desde hace 28 años, cuando comenzó a driblear los primeros balones. Por eso disfruta el juego interior y los ataques debajo del aro.

    Vanier Reyes Venegas vino al mundo con aptitudes para el baloncesto, para pelear, guerrear, ganar el balón, no para conducirlo o encestarlo, no importa qué aro esté frente a él, casi al alcance de la mano.

    “¿El tiro libre? Uff, no me agrada”. Es como el rompecabezas más difícil, la asignatura pendiente. Lo reconoce. Desde la línea de tiro libre se le ve tranquilo. Uno o dos “piconazos” contra el tabloncillo y casi sin mirar lo lanza al aro, el balón por el aire; gira al revés y lo falla, porque eso sí, falla más de lo que encesta; sin embargo, sucede todo lo contrario cuando lo lanza desde los 6,75 metros.

    El árbitro levanta su mano derecha. ¡Vale tres!

    “Aunque no me considero un buen tirador de larga distancia, me gusta hacerlo por sorpresa, cuando nadie lo espera, y lo anoto, porque los tiros de tres puntos son como el jonrón de la pelota y la gente lo aplaude y el equipo adelanta.

    “¿Te confieso algo sobre los tiros libres? Antes, yo era delantero y desde que comencé a jugar de espaldas al aro perdí confianza en ellos, aunque en esta temporada la efectividad supera el 60 por ciento”.

    Más que todos, lo saben los seguidores del baloncesto. Aunque jamás haya hecho un equipo Cuba y sí algunas preselecciones, Vanier se ha hartado cuanto ha querido en ese deporte y dudo haya otro con igual palmarés en el plano doméstico: campeón de la Liga Superior de Baloncesto (LSB), el más importante certamen de este deporte de los que acontecen en Cuba, como integrante de los Búfalos en los años 2005, 2006, 2007, 2008, 2009, 2012, 2013, 2013 y 2016, más otros tres títulos que ya tenía con Centrales y cuatro más en las Olimpiadas del deporte cubano y otro más, en 2018, como refuerzo en la LSB de Villa Clara, equipo con el cual le agrada jugar, después de Los Búfalos.

    El padre tiempo se propone en vencerlo; pero no, físicamente se siente bien y en los entrenamientos siempre saca la casta de campeón y se muestra, incluso, mejor que muchos de los jóvenes: planchas, hierros, abdominales, carreras, entre otros ejercicios, “menos la rutina obligada de los tiros libres”. Por eso los falla en el juego, pienso. Cuando uno le suma los minutos jugados, entre todos los integrantes del equipo es de los que más acumula, sin cansancio visible, sin agotamiento.

    Por lo visto en esta liga, ya con 38 años bajo los tableros, no son pocos los rivales que se han propuesto humillarlo, reducirlo y anularlo, y responde como si con él no fuera, con una sonrisa socarrona, la mirada cabizbaja sobre la cancha y el pensamiento en José Francisco, Paco, y Rolando Paz, sus primeros entrenadores.

    Vanier es una clase de superación y entrega constantes. Al baloncesto le debe todo, desde la formación como atleta, la persona que es, hasta el hogar que forma junto a su esposa y su hija Alexa, fruto de un amor conquistado en uno de esos encuentros felinos contra Capitalinos, equipo al cual le hubiera gustado enfrentar en la final de la actual LSB, aunque Los Guerreros de Sancti Spíritus les cortaron el camino. “No, ella es seguidora de Los Búfalos”, se imagina y aclara antes de la pregunta, como para disipar dudas.

    Amante del café, del tabaco, del helado y de alguna que otra bebida especial, una vez silenció mi decepción, cuando en abril de 2018 perdieron la final por humillante 0-4 ante Los Lobos de Villa Clara: “Volveremos a ser campeones. Tenemos muchos jóvenes valiosos que vienen atrás”.

    Se refería al zurdo (Dariel Castellanos), Omarito (Omar Álvarez), a Clemment (German Luis Clark Clemment, un pivot gigante de más de dos metros que le falta por madurar), entre otros.

    “Hemos logrado que tengan confianza y den lo mejor de ellos para nosotros poder refrescar. Llevamos muchos años con la corona encima y eso es difícil de mantener”.

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