En 1992, cuando se hizo la primera cruzada cultural de Júcaro a Morón, yo no había nacido. Desde entonces, han cambiado muchas cosas, y, desde luego, las generaciones que les han sucedido a aquellos “locos” son distintas (como debe ser).
Eso sí, no menguan las ganas de llevar arte a los lugares que se encuentran dentro de lo que un día fue la obra militar más sofisticada de los españoles en América Latina.
Al paso de 30 años es que puedo contar mi primera experiencia en este evento —uno de los más longevos de la Asociación Hermanos Saíz—. Vivencias sin fogatas, carretas de bueyes, casas de campañas o farolas. Los “veteranos” dirán: ¿y entonces? Yo solo diré que no pude ser más feliz. Y si estaba del lado de los artistas, ¿qué habrán sentido los niños, sus padres y maestros?
Imagínense: magia, payasos, música, teatro, literatura…Todo eso en escuelas, comunidades, casas de abuelos, centros de reeducación. Es más, piensen en la sorpresa. En la propuesta de un grupo de jóvenes que, durante una semana, recorrieron la misma línea que los mambises.
