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    Quiero, hijo, todos tus días

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    Quiero, hijo, todos tus días

     

    ¿Un día para papá? Por qué solo uno, si los quiero todos, hasta los que no podré vivir, para amarte, cuidarte y protegerte como el niño que siempre serás para mí. Sí, el niño que me hace comprender los instintos paternales de su abuelo, siempre pendiente, como si yo no hubiese crecido, aunque ahora los nietos acaparan su atención y generen las mayores preocupaciones.

     

    Quiero, hijo, todos tus días para mí, aunque mañana pierdas la inocencia que te hace creer que en el techo hay un gato que se come tu “papa”, cuando la rechazas y yo insisto en que la ingieras, despreciando las recomendaciones del pediatra (“que coma lo que desee y cuando lo desee, no lo obligues”), porque tu inapetencia pude ser la mía, del mismo modo que tus alegrías y dolores también me pertenecen.

    Quiero, hijo, todos tus días, para vivir la alegría suscita tu crecimiento y los sustos que me provocan tus reiteradas travesuras, esas que a veces me hacen perder la paciencia y desatan una nalgada cuando no basta un regaño ante tu insistencia. Si supieras, a mí me duela más que a ti, por eso procedo de inmediato a abrazarte y darte un beso, aunque mamá desapruebe conductas tan contradictorias.

    Quiero, hijo, todos tus días, para trasmitirte los valores que heredé de tu abuelo, que son mi única y la mejor fortuna; para convertirme en tu brújula en el tránsito por un mundo donde riñen el Bien y el Mal; para ayudarte a ser un hombre digno y justo, como sueñan todos los padres que sean sus descendientes. Quiero, hijo, todos tus días, para contagiarme con tu sonrisa y convertirla en el impulso y la motivación que me permitan enfrentar los obstáculos existentes en el empedrado camino de la vida; para ensenarte a andar por el mundo, con la certeza de que luego me conducirás, con la misma precaución, cuando no pueda valerme. Quiero, hijo, todos tus días por razones tan simples y extraordinarias a la vez, como el beso que me reclamas cada noche antes de dormir, en un grito de cuatro letras y dos sílabas que me hacen sentir feliz y dichoso.

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