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    Entretejer sueños

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    Práctica de ejercicios físicos

    Cómo vivir más y mejor

    Contar sus historias pudiera ser la metáfora que le falta a este lugar, al que las personas van en busca de alegría y divertimento, porque, como en la literatura, la gente compara lo real con lo maravilloso y, en ocasiones, no es ni lo uno, ni lo otro.

    En el Parque Zoológico de Ciego de Ávila se entretejen los sueños que, una vez, perdieron algunos de caminar, de hablar, de socializar. Allí no solo se les devuelve el aliento a los padres que, por esas injusticias de la vida, se cortan las alas para ver “volar” a sus hijos con síndrome de Down o Parálisis cerebral infantil (PCI), allí también hay médicos que sudan el alma, aunque haya a quien solo le importen las colas para adquirir el famoso módulo de confituras.

    En cuestiones de sanar las heridas que no se ven, Omar Pablo Gascón González tiene un doctorado que alcanzó con calificación de cinco puntos. Primero, por aprender a curarse las suyas a golpe de batalla contra él mismo, luego de ser diagnosticado con neuralgia del trigémino, comúnmente conocida como “el dolor del suicidio” y segundo, por ayudar a otros en ese proceso de triangular mente, cuerpo y espíritu.

    “Mi trastorno me obligaba a tomar muchas pastillas porque el dolor es insoportable, a tal grado que hay personas que optan por quitarse la vida porque no logran lidiar con él; eso hacía que fuera agresivo y tuviera mal carácter la mayor parte del tiempo, hasta que el Chi Kung llegó a mí para cambiarlo todo”.

    Tras ocho años como profesor de esta terapia medicinal de origen chino, fomentada en Ciego de Ávila por la Asociación Min Chih Tang, Omar dejó sus píldoras a un lado, cambió su temperamento y se convirtió en una persona que ni él mismo conoce porque “te puedo asegurar que ahora soy otro”.

    Detrás de Omar hay más anécdotas que pudo haber contado, pero no lo hizo porque el protagonismo, al menos ese día, le correspondía a otros. Entonces me dice “por ahí viene María” y su mano señala a la culpable de aquella fiestecita en el área número tres del zoológico, porque la señora cumplía, nada más y nada menos que 96 años.

    Y parecían los quince de la anciana, nacida en 1922 en Los Palacios, municipio perteneciente a la provincia Pinar del Río, quien llegó “campana”, como decimos los cubanos y con la mente tan clara como las canas de su cabeza.

    “Aquí soy feliz junto a mi otra familia”, le dice a esta reportera que la mira como a muñequita de biscuit, toda maquillada y perfumada como quien va a tener la primera cita con el amor.

    Cerca de ella, tan tranquilo como quien hizo la maldad más grande del mundo y no quiere ser descubierto, está Ruperto Pina Moya, quien intenta superar el récord de su padre, fallecido a los 95.

    Esa es una de sus metas ahora que el cuerpo debe cargar con solo 88 años, y quién le iba a decir que después de su primera isquemia, el primer infarto, la operación que no pudo realizársele para aliviar las tres arterias obstruidas y una angina de pecho que le acompaña desde hace cinco años, iba a resistir los azotes del tiempo.

    Ocho décadas durante las que trabajó como laboratorista del hospital Antonio Luaces Iraola, luego como médico veterinario y, finalmente, fotógrafo, escoltado por una KODAK “de las viejas, pero de las buenas”, dice.

    Para él, los ancianos que se recluyen en su casa duran muy poco, razón por la que el grupo, su grupo, es el oasis perfecto donde mantiene ocupada la mente, hasta que la voluntad y la salud se lo permitan.

    Una de las sonrisas más bellas la tiene, sin dudas, Grisel Velazco Méndez, aunque la cámara de Pastor no haya querido retratarle su felicidad. Sufre de un desgaste total en sus rodillas y los médicos le explicaron que era inútil acudir a las prótesis, por eso, prefiere caminar, despacio, poco a poco, pues le tiene terror a los bastones. A los de plástico, aclaro, porque, se hace acompañar de uno de carne y hueso que nunca le falla: su hija.

    “Fui cajera por muchos años en el hotel Ciego de Ávila, siempre he trabajado, así que no me podía quedar en la casa sin hacer nada y preferí venir a hacer ejercicios aquí, donde he ganado más que amigos”. ¡Y hasta un novio! “Yo”, dice el profe Omar, “pero ella no lo sabe” y se ríe, el muy pícaro.

    Aproximadamente, cien avileños están en este grupo en el que concentración, respiración y armonía con el cuerpo, ayudan hasta al más atolondrado a encontrarse. Cien historias que demandarían muchas planas de un periódico o secciones de una página web, aunque esto no fuera suficiente para agradecerles la buena vibra que se respira en este sitio, donde Julia Espinosa Jiménez, otra de las alumnas, aprendió a “volar”.

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