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    Para Yoelvis Fiss el béisbol “no fue cosa de juego”

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    Para Yoelvis Fiss el béisbol “no fue cosa de juego”

    Este martes 25 de enero, cuando la escuadra de Ciego de Ávila inicie la 61 Serie Nacional de Béisbol, en el estadio José Ramón Cepero, el legendario número 13 avileño no estará entre sus 32 integrantes. Otros tendrán una opinión diferente, pero para este periodista Yoelvis Fiss Morales ha sido el mejor pelotero de Ciego de Ávila en estas contiendas, aunque en algo sí se puede ser absoluto: fue el jugador de más protagonismos en las coronas de los Tigres

    No digo que Benigno Daquinta Rico sea el que más conoce de béisbol en Ciego de Ávila, solo afirmo que es quien más ha estudiado la actuación de los avileños a lo largo de nuestras Series Nacionales. Por eso, antes de ir al encuentro de mi entrevistado, lo consulté vía WhatsApp. ¿A quién consideras el mejor pelotero de esta provincia en la historia de las lides cubanas? Con su habitual chispa humorística, no tardó en responderme: “Si esa pregunta fuera a examen, no dudes que me anotarían un 100”. Y entonces me envió un trabajo periodístico, que, por un motivo u otro, nunca llegó a publicar.

    Al darle lectura al trabajo de marras, y estudiar las estadísticas, no tardé en convencerme de algo que una vez le escuché a Tany Pérez, un avileño que hizo historia en el anterior siglo en el béisbol de las Grandes Ligas: “No basta tener condiciones idóneas para ser un buen jugador, hay que demostrarlo en el terreno”.

    Para demostrar eso, tres de los más grandes jugadores que han pasado por nuestras Series Nacionales, Omar Linares, Yulieski Gourriel y Fernando Sánchez, eran los únicos en acumular en sus números más de 50 triples, más de 200 jonrones y más de 100 bases robadas.

    Para Yoelvis Fiss el béisbol “no fue cosa de juego”

    Noten que escribí “eran”, pues, dos temporadas atrás, Yoelvis Fiss Morales le disparó un batazo de tres bases al guantanamero Ángel Herrera y arribó a los 51 estacazos de esas características, que sumados a sus 221 bambinazos y 103 estafas, lo incluyeron en ese selecto grupo.

    Es decir, este jugador avileño no solo impresionó por esas capacidades de ser veloz, poseer un potente brazo y una tremenda fuerza en sus muñecas, Fiss las explotó como pocos a lo largo de su carrera deportiva. No resultó “uno más del montón”. Ahora que dice adiós como atleta, bien vale afirmarlo sin temor a la exageración: está en el grupo de los jugadores de mejores resultados en la historia del béisbol cubano.

    Pero este guardabosque central, que fue protagonista de tres coronas de Los Tigres, dos segundos lugares y una medalla de bronce, también se encuentra entre los que no fueron valorados en su justa medida por los técnicos a la hora de formar los equipos Cuba.

    Quien escribe es un enemigo consumado de ese provincianismo “barato” que suele culpar de todos los males beisboleros al favoritismo que se observa con los peloteros de la capital. Es verdad que existe, pero no a la medida de los que exageran tal realidad.

    Ese tipo de preferencias existen y existirán con los atletas de las principales urbes del mundo. Industriales es, por ejemplo, lo que los Yankees de New York son para la afición en la las Grandes Ligas de Estados Unidos, y el mismo caso aparece con Real Madrid o Barcelona en el fútbol español.

    Pero seamos sinceros y respondamos con criterio la siguiente pregunta: ¿De haber jugado Yoelvis Fiss en La Habana, o incluso, en Santiago de Cuba, hubiera sido igual el impacto de su trayectoria deportiva? A ese hándicap, que ya de por sí es bastante grande, se le suma otro de no menos importancia: este Tigre fue de esos jugadores que no incluyó entre sus atributos el de asumir poses sensacionalistas.

    Tomó el béisbol con mucha profesionalidad. No se permitió ser de esos peloteros —que abundan tanto por estos días— que semejan marionetas en lucir bien al graderío o estar prestos a las entrevistas para enorgullecer el ego. Parecía tan concentrado en el terreno de pelota que tal vez no pocos aficionados, ahora mismo, lo imaginan demasiado serio.

    Los adjetivos de modestia y sencillez —a veces demasiado mal utilizados— se inventaron para calificar a personas como él. En este diálogo así quedó reflejado.

    —¿A qué atribuyes que concluyas tu vida beisbolera con el mérito de ser uno de los mejores bateadores en postemporada de nuestra pelota?

    —Yo he tratado de responderme eso y no encuentro un motivo. Cuando iba a la caja de bateo trataba de concentrarme al máximo, pero eso mismo hacía en el calendario normal, pues soy un convencido de que lo principal para batear es que, en ese momento, uno tenga solo eso en mente. Y no solo cuando estás en el home, sino desde el Círculo de Espera, pero mentiría si te digo que mi producción ofensiva en los play off fue por esto o por lo otro. Lo que sí te puedo afirmar es que me gustaba jugar los partidos cruciales. Me sentía a gusto. Y si había mucho público, entonces mejor.

    —Aquellos 81 ponches que te propinaron en tu primera Serie Nacional hicieron que algunos técnicos pusieran en dudas tus potencialidades como bateador…

    —¡Hasta yo! Había estado más de tres años sin jugar pelota, pues cuando terminé el 12 grado en la ESPA, me fui a cumplir a La Habana el Servicio Militar Obligatorio. De hecho, luego de eso, no pensaba regresar más al béisbol. Ya estaba en mis planes quedarme en la capital en la carrera militar. Fue el difunto Ulises Jardines quien me animó a seguir en la pelota.

    “No olvidaré todo lo que él hizo por mí, sobre todo en darme confianza, aun con todos aquellos ponches y los errores que cometí cuando me pusieron a jugar tercera base. Lo cierto es que me resultó bien difícil volver a sincronizar mis movimientos en el swing, y ya ante un pitcheo de mayor nivel que en los juveniles.

    “Dicen que lo que bien se aprende no se olvida, pero batear una pelotica que “viene a mil” hacia ti nunca será fácil. Es necesario hacer muchas repeticiones en las prácticas y yo había dejado de hacerlas durante más de 30 meses. Lo extraño fue que no me ponchara más veces en aquel regreso. Pero debo reconocer que, a lo largo de todos estos años, tengo que agradecerle a la mayoría de los entrenadores de aquí. Recuerdo, por ejemplo, que Pedro Gayón fue uno de los primeros en “darme una mano”.

    —Imagino que hubo serpentineros que te resultaron más difíciles que otros…

    —Te soy sincero, para mí todos lo fueron. Ya te dije de lo difícil que es batear. ¡Óigame, hacer coincidir el bate con la bola, a veces a más de 140 kilómetros de velocidad, no es cosa de juego!, pero te diré que el villaclareño Luis Ulacia, Machete, para mí era un veneno; es que esos lanzamientos laterales —casi por debajo del brazo— que los tiraba bien pegados a las muñecas..., hacía que le pegaras mal a la bola. Y si yo me retiraba un poquito del home, entonces me lanzaba afuera. ¡Era un dolor de cabeza!

    —Pero otros, tal vez, “pagaban los platos rotos”.

    —No te los voy a decir, por respeto a los que logré batearle a mis anchas, pero si te diré del zurdo santiaguero Rubén Rodríguez, pues él fue el que lo hizo público, ya que en cierta ocasión le dijo a Roger Machado: “Oye, ya no sé cómo lanzarle a Fiss. Voy a tener que tirársela por debajo de la tierra”.

    —Eras un buen bateador de rectas…

    —En mis primeras series tuve que enfrentar un vendaval de curvas. Los pitchers vieron que me hacían daño y me tiraban pocas rectas. Los entrenadores me decían que me quedara atrás, pero yo no lograba calmarme en la caja de bateo y me iba delante con demasiada frecuencia. Poco a poco me convertí en bateador de rectas. Ya entonces trataba de “adivinar” cuándo me la iban a tirar. Y no me fue mal.

    —Recuerdo que, en tus inicios, muchos aficionados, y algunos entrenadores, decían que túu serías el nuevo Miguel Cuevas de los equipos Ciego de Ávila. ¿Fue por eso que luego seleccionaste el número 13 para tu uniforme?

    —Me asusté cuando me enteré de que se me comparaba con un bateador de la talla de Cuevas. Y te digo algo: aquella sola comparación resultó para mí el primer premio que obtuve en la pelota. No obstante, debo ser sincero, mi primer número fue el 44 y luego, un buen día, me gustó el 13 y lo llevé por el resto de mi carrera, pero no fue precisamente motivado por la comparación con Cuevas.

    —¿Cuándo iniciaste con la costumbre de tomar tierra en tus manos y tirarla luego en dirección al box en cada turno al bate?

    —(Sonríe antes de responder) No sé el año ni por qué lo hacía. Lo que te puedo decir es que un día lo hice, me fue bien y nunca más dejé de hacerlo. (Y vuelve a sonreír)

    —¿Cuál seleccionarías, si tuvieras que elegir, como uno de tus momentos más felices en el béisbol?

    —Podrías pensar que fue en uno de cualquiera de los tres juegos decisivos que nos dieron esos tres títulos, pero te diré que sucedió en el estadio José Ramón Cepero, en el partido de la semifinal del 2011 ante Granma. Ese encuentro llegó al onceno inning con empate a cinco.

    “Tras el primer out de esa entrada, disparé hit y luego intenté el robo de segunda. El tiro del receptor Carlos Barrabí fue desviado y seguí para tercera y, cuando iba llegando a ella, veo que el coach Joseíto Hernández me da señales de que siga para home. Ya yo estaba bastante cansado de esos dos esprints cortos, el home me parecía a mil kilómetros de distancia, dicen que “volé” en ese último tramo. Para mí aquello fue la gloria”.

    —No te voy a pedir que me digas el más ingrato, porque creo saber la respuesta, pero los lectores agradecerían que contaras de aquel momento del 2004, cuando en un choque de fogueo en Japón, previo a los Juegos Olímpicos, un fly que no pudiste capturar se convirtió en la razón de que no hicieras el grado en el Cuba en esa Olimpiada.

    —Lo primero que debo aclarar es que no fue un fly de esos que luego se dice que “le cayó en la cabeza”. Fue un batazo que no te niego que pude haber capturado, pues fue entre el jardín central y el izquierdo y le llegué con la punta del guante, pero no la retuve.

    “Ser olímpico es algo que todo atleta sueña. Me dolió en el alma. Súmale también que ese lance me marcó para siempre con los entrenadores. A partir de ahí se olvidaron completamente de mí, a pesar de que mis resultados fueron superiores en los próximos siete u ocho años. En ese mismo 2004, hubo un premundial en Colombia y no me llamaron. El entrenador Miguel Albán reclamó mi inclusión en el equipo que iría a ese torneo y logré hacer el equipo. Quedé en el Todos Estrellas como jardinero derecho. Pero nunca más fui convocado al Cuba”.

    Aquel muchacho, que se inició en la pelota en la comunidad de Rinconada, en el municipio de Bolivia, no se tiró al abandono por no ser “santo de la devoción” de periodistas y entrenadores. Jugó con la pasión de un furibundo enamorado de este deporte.

    Cuando, a manera de despedida, le pregunté si se sentía recompensado después de tanta dedicación y de las incontables emociones que regaló a los avileños, optó por no responder. Fijó la mirada a lo lejos, como en un punto que no existe. Al final, rompió el silencio con algo que bien pudiera ser tomado como un epitafio: “Amé y amo este deporte como pocos imaginan. Para mí el béisbol nunca fue cosa de juego”.