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    Fidel en Ciego de Ávila: Inolvidable visita a áreas citrícolas de Ceballos

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    Inolvidable visita a las áreas citrícolas de Ceballos

    Ahora no recuerda la fecha exacta. Ubica el inesperado encuentro entre diciembre de 1963 y enero del '64, “porque las plantas se encontraban tristonas y estaba llegando el momento de darles el golpe de agua”.

    Mi interlocutor ya cumplió ocho décadas de vida. Entonces era un joven de 25 años que se desempeñaba en el frente de Aseguramiento en la granja Mariana Grajales, de Ceballos, génesis de la actual Empresa Citrícola de Ciego de Ávila.

    Carlos Pérez Ruiz le dedicó 43 años a esa rama agrícola. Ante la interrogante, dirige la mirada a un punto fijo de la habitación. Por su mente pasan, vívidas, las imágenes y los recuerdos.

    “Yo tenía que ir al otro día a Camagüey a realizar algunas compras de recursos e insumos, y necesitaba que el administrador de la granja, Juan Delgado Perera, firmara las órdenes. Al indagar por él, su esposa me informó que no estaba.

    “Entonces veo que por la callecita cercana a la vivienda comienzan a entrar unos carros. Y le dije a la compañera: Mire para allí, en el tercer vehículo, me parece que es Fidel.

    “Oiga, qué sorpresa. Efectivamente, era el Comandante en Jefe, y con él, un grupo de compañeros, entre estos, José Pepe Botello, secretario del Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba (PURSC) en Ciego de Ávila.”

    Narra Carlos, que Botello, quien lo conocía, le presentó a Fidel, y le dijo: “Mira Carlos, el Comandante quiere ver los cítricos." Me dio la mano y conversamos un instante. Yo no salía de la sorpresa. Allí no había casi nadie, entonces Fidel arranca a caminar por una guardarraya que conducía a las plantaciones más próximas.

    “En eso el Líder de la Revolución me pregunta sobre los años que podrían tener las plantas que nos rodeaban, Bueno Fidel, yo escucho decir a las personas más viejas de aquí que esas matas pueden tener alrededor de 60 y 70 años. Al oír la cifra, exclamó: ¡Tantos!”

    Apunta Carlos que a la par del recorrido, Fidel continuaba interesándose por infinidad de detalles acerca del cultivo de los cítricos. “Por suerte para mí, se incorporó Alberto González Zubeldía, jefe de la zona, con mayor experiencia que yo. Se bajó del caballo, saludó al Comandante y comenzaron a intercambiar.”

    Pérez Ruiz recuerda la primera pregunta que Fidel le hizo al jefe de zona: “Venga acá —indagó— ¿qué hacen ustedes aquí para que las plantas florezcan tan bien?”. “Nosotros —le respondió González Zubeldía—las dejamos 'churrar´ un poco y cuando están tristes, le echamos el agua de golpe. Después comienzan a reverdecer y así florecen parejito y rinden más. Entonces Fidel le contesta: “¡Ustedes están locos! Eso no es así. Los árboles tienen que florecer por su propio peso.” “Sí, Comandante —le contesta Alberto—, qué pasa: sí florecen; yo no digo que no, pero no lo hacen parejo.”

    Carlos recuerda que sobre ese tema hablaron algo más. Entonces el Comandante pidió a uno de los ayudantes que le trajera el libro que venía leyendo por el camino; lo hojeó, encontró lo que buscaba y explicó que el autor, un especialista en el tema, afirmaba que las plantas debía florecer por su propio peso.”

    Añade al testimonio que Fidel, en un momento del recorrido, se detuvo frente a una planta cargada de hermosas naranjas, cogió una y a mano limpia la peló, abrió y degustó la calidad del jugo.

    Aseveró, que en otro instante, el Líder de la Revolución detuvo el andar y se sentó en un tronco. “Todos nos sentamos a su alrededor. Él cogió un palito, limpió de hojas un pedazo de tierra, y comenzó a esbozar un pequeño mapa o croquis. Señalando con el improvisado puntero dijo, en una especie de reflexión que avizoraba el futuro, que allí había que sembrar por lo menos 2 000 caballerías de cítricos. También se refirió a las buenas condiciones que presentaban las plantaciones.

    La narración está a punto de finalizar. Le pido a Carlos diga cuánto significó para él aquel encuentro fortuito. “Ya han pasado muchos años. Yo solo lo había visto por la televisión y de pronto, tenerlo así delante de uno, hablar con él, responder a sus preguntas, verlo sonreír e irradiar confianza en el futuro. Claro que me puse nervioso. Creo que aún estoy sorprendido.

    “Lo recuerdo alto, fuerte, gesticulando mucho con sus manos al hablar; él se veía muy contento al ver el estado de las plantaciones. Su visita, de una hora aproximadamente, fue inolvidable.”